Al iniciar la oración es conveniente comenzar con una cierta preparación externa que nos llevará a la actitud interna del conocimiento del Señor, siendo consciente de qué es lo que voy hacer y ante quién lo voy a hacer poniendo en práctica las 5 adiciones ignacianas.
El evangelio de hoy, en su brevedad, nos narra con gran crudeza lo difícil que es la misión de Jesús. Ni las multitudes que acudían a oírle, ni sus discípulos ni tan siquiera sus propios parientes entendieron quién era él. Hoy son sus parientes quienes vienen a hacerse cargo de él y llevárselo, “porque decían que no estaba en sus cabales”.
Debió de ser duro para Jesús vivir en la más absoluta soledad e incomprensión, hasta ser un loco incluso para los suyos. “Ni siquiera sus familiares creían en él” (Jn 7,5). A este juicio despectivo se sumará el de los letrados que dirán que está endemoniado. El pasaje evangélico de hoy remite a aquel otro en el que dirá Jesús que el verdadero vínculo familiar con él será el cumplimiento de la voluntad del Padre.
Sin duda alguna que no “estaba en sus cabales”, según los criterios del mundo, quien en el discurso del monte proclama la paradoja de las bienaventuranzas, llamando felices a los pobres y perseguidos por amor al Reino de los Cielos, el que manda poner la otra mejilla al que nos abofetea, el que nos anima a perdonar las injurias y el amor al enemigo en vez de la venganza, el que acoge a todo el mundo sin preguntar quién es, el que da su vida para la salvación de todos.
La incomprensión que sufrió Jesús por parte de todos nos debe alertar de que el discípulo no es más que su maestro, de que si a Él lo tuvieron por loco no nos debe extrañar de que hoy también se mofen de nosotros y nos tengan por débiles mentales, no debemos olvidar nunca que seguimos a un crucificado y que, si el mundo nos aplaude, no vamos por buen camino.
No es fácil asimilar muchas páginas del evangelio. Por eso los cristianos que se toman en serio el evangelio, los santos de todos los tiempos, tuvieron que escuchar la misma censura que él: está loco. Así le ocurrió a san Francisco cuando leyó el evangelio “sin glosa ni comentario”. Si no arriesgamos nuestras seguridades razonables, no llegaremos muy lejos porque, por desgracia, lo razonable, lo común, lo que se lleva, lo que todo el mundo hace, no pasa de la mezquina mediocridad.
Al terminar nuestra oración pedirle a la Madre con toda la fuerza de nuestro ser que nos ponga junto a su Hijo para que jamás nos salgamos del camino verdadero que lleva a la vida eterna.