Fiesta de la
conversión de san Pablo en el Año de la fe, en el que la Iglesia nos ha
convocado de manera especial a la conversión (Porta fidei 6). Así pues,
este día podemos en nuestra oración pedir a Dios la gracia de dar un paso de
conversión, por intercesión del apóstol san Pablo. Una de las moniciones al
acto penitencial de la Misa nos dice: “Al comenzar esta celebración
eucarística, pidamos a Dios la conversión de nuestros corazones, así se
acrecentará nuestra comunión con Dios y con nuestros hermanos”. Si tengo
oportunidad de ir en este día a la Eucaristía, que no deje de pedir esta gracia
de conversión que ahora, en la oración, quiero alcanzar de la misericordia de
Dios.El
Año de la fe nos invita a recorrer la historia de nuestra fe, en la Iglesia y
en nuestras vidas. Al hacerlo nos encontramos con el entrecruzarse de la
santidad y del pecado: si lo primero nos invita a la gratitud, lo segundo “debe
suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de
experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos” (Porta
fidei 13).
San Pablo nos sirve en este día de modelo y de
intercesor de nuestra conversión. ¿En qué consistió su conversión? Él no era
una persona que vivía de manera inmoral, pues cumplía la Ley de Moisés a
rajatabla; tampoco era incrédulo, pues creía en el Dios de Abrahán. Su
conversión fue “creer en el Evangelio”: el encuentro con Cristo resucitado a
las puertas de Damasco cambió radicalmente su existencia. Así lo describe
Benedicto XVI:
“En esto consiste su conversión y la nuestra: en creer
en Jesús muerto y resucitado, y en abrirse a la iluminación de su gracia
divina. En aquel momento Saulo comprendió que su salvación no dependía de las
obras buenas realizadas según la ley, sino del hecho de que Jesús había muerto
también por él, el perseguidor, y había resucitado”.
“Convertirse significa, también para cada uno de
nosotros, creer que Jesús ‘se entregó a sí mismo por mí’, muriendo en la cruz
(cf. Ga 2, 20) y, resucitado, vive conmigo y en mí. Confiando en la fuerza de
su perdón, dejándome llevar de la mano por él, puedo salir de las arenas
movedizas del orgullo y del pecado, de la mentira y de la tristeza, del egoísmo
y de toda falsa seguridad, para conocer y vivir la riqueza de su amor”.
San Pablo nos enseña a creer en el Evangelio, a creer en el amor de
Cristo por mí y a dejarnos cambiar el corazón por esta verdad. Después él se
convirtió en el gran apóstol de los gentiles. Hagamos a Jesús la pregunta que
él le hizo al descubrir su presencia: "¿Qué debo hacer, Señor?".
Jesús, ¿qué quieres que haga por ti en este día?