1.
Oración preparatoria hacemos la
señal de la cruz y nos ponemos en pie en presencia de Dios. Invocamos la ayuda
del Espíritu Santo y rezamos mentalmente la oración preparatoria de Ejercicios:
“Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente
ordenadas en servicio y alabanza de tu divina majestad.” (EE 46)
2.
Petición (utilizamos la oración
colecta de la Misa de hoy): muéstrate propicio, Señor, a los deseos y
plegarias de tu pueblo; danos luz para conocer tu voluntad y la fuerza
necesaria para cumplirla. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
3.
Puntos para orar: Imaginar la
escena del evangelio de hoy. Jesús se dirige a Galilea y allí, una vez que sabe
que han arrestado a Juan, empieza a predicar el Evangelio. Empieza a elegir a
sus discípulos, a los que llama desde sus ocupaciones cotidianas para que
pongan sus talentos a disposición del evangelio. ¿Y qué es lo que predica? Lo
que predicó entonces y lo que nos sigue predicando ahora, desde el Evangelio y
desde la enseñanza de la Iglesia, es que se ha cumplido el plazo, es decir, que
estamos en un tiempo nuevo del que nos tenemos que dar cuenta y entrar
conscientemente en él. El tiempo de la gracia manifestada en el Verbo hecho
carne, el tiempo de la Iglesia, que continúa para nosotros 2000 años después de
aquella primera predicación de Jesús en Galilea.
Y Jesús dice que está cerca el
reino de Dios. ¿Y en qué consiste el reino de Dios? Dios es el único que puede
reinar, es decir, estar sobre todo con pleno derecho. Los hombres enseguida
queremos quitar a Dios y ponernos nosotros. Como el filósofo moderno que decía
que le resultaría insoportable que existiera Dios pues no soportaría no serlo
él mismo. En cada uno de nosotros está esa tentación latente: la de querernos
hacer dioses, personitas que no se fían, como Adán y Eva, de los mandatos de
Dios, que es el único que puede reinar.
Y con la encarnación y la
predicación de Cristo se está cumpliendo que el reino de Dios está cerca, muy
cerca: Jesús en su vida ya está reinando. ¿Y sobre qué reina? Pues sobre la
creación en la que se ha encarnado. Aunque parece externamente que no reina
apenas sobre las condiciones de vida del hombre, pues él pasó hambre, sueño,
incomprensiones, estaba sujeto a las leyes físicas y biológicas. Pero, aunque
se hizo semejante a nosotros en lo exterior en su vida ya está reinando sobre
el pecado que tenía a la creación esclava. Y acabará de reinar en la cruz y en
su resurrección. Jesús nunca negó que era rey. Lo afirmó con toda claridad ante
Pilato. Pero un rey total, como sólo lo puede ser Dios; no meramente un rey
político, a nuestra enana y miope medida. Por eso lo ocultó ante la muchedumbre
que después de la multiplicación de los panes lo entendía mal.
Y el reino de Dios, es decir,
Jesús mismo, está cerca. Y actúa como rey. Y su majestad está llena de cercanía
al hombre, como se veía en el evangelio del viernes pasado curando al leproso
(Lc 5,12-16). Una cercanía poderosa y amorosa que no cura a distancia sino que
no tiene repugnancia en tocar mis miserias y pecados para transformarme con su
gracia a través de los sacramentos, que son su forma actual de tocarme y de
estar amorosamente próximo ahora, a través de la Iglesia, que es él mismo que
sigue reinando ahora en la historia.
Y la consecuencia de todo esto es
que debo convertirme y creer en esa buena noticia de que Jesús, la manifestación
del reino de Dios, está cerca, tan cerca que me toca y que espera mi sí, que
espera mi fe. Que espera que me deje inundar por esa gracia que me da por sus
sacramentos. Que necesita mi fe, mi asentimiento para poder reinar en mi vida.
4.
Unos minutos antes del final de la
oración: Avemaría a la Virgen.
5.
Examen de la oración: ver cómo me
ha ido en el rato de oración. Recordar si he recibido alguna idea o sentimiento
que debo conservar y volver sobre él. Ver dónde he sentido más el consuelo del
Señor o dónde me ha costado más. Hacer examen de las negligencias al hacer la
oración, pedir perdón y proponerme algo concreto para enmendarlo.