Encontramos hoy a Jesús, con sus discípulos, siendo criticado por los fariseos. Contemplémoslo en nuestra oración; escuchemos lo que dice; veamos lo que hace. Pidamos luz al Espíritu Santo para que le conozcamos más y mejor, para que le amemos más y mejor, y para que le sigamos y le imitemos cada vez más y mejor.
Composición de lugar. Jesús, rodeado de sus discípulos, va de camino. Es el comienzo del verano. Las espigas están formadas y todo apunta a la siega. Es sábado. La mañana está avanzada y los discípulos tienen hambre. Completan la escena dos detalles que aportan los sinópticos: los discípulos tenían hambre (Mt 12, 1), y por eso empezaron a arrancar y comer espigas, frotándolas con las manos (Lc 6, 1).
Puntos de oración. Podemos fijarnos en tres detalles tomados de las lecturas.
1. “Atravesaba el Señor un sembrado...” Jesús, de camino, va pasando entre las espigas granadas ¿Qué pensamientos traería? ¿A qué le recordaría el trigo en su sazón? Pensaría:
- La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos, rogad pues al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies... (Mt 9, 37-38).
- Salió el sembrador a sembrar... Al sembrar, una parte cayó... Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta... (Mt, 13, 3, 8).
- Y, viendo cerca a los fariseos: El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó... Dejadlos crecer juntos hasta la siega... (Mt 13, 24 y ss.).
- Si el grano de trigo no muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto... (Jn 12, 24).
- El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega. (Mc 4, 26ss).
¿Y nosotros? ¿En qué vamos pensando mientras vamos de camino? ¿Rasgamos las apariencias de las cosas y de los acontecimientos, para descubrir la presencia del Señor? ¿Y a nosotros, qué nos dicen las palabras de Jesús que hemos ido recorriendo? ¿Nos evocan la Eucaristía?
2. “Oye, ¿por qué hacen lo que no está permitido?” En cuanto Jesús y sus discípulos se mueven, son reprochados. En la lectura de ayer era porque no ayunaban. Ahora es porque “trabajan” en sábado (para los fariseos frotar una espiga con la mano era ya un “trabajo”). Jesús y los suyos son censurados ayer y hoy. ¿Nos extrañan las críticas que recibe Cristo en su Iglesia hoy? ¿Y nosotros? ¿No seremos hoy nuevos fariseos que, en lugar de aceptar a Jesús, le reprochamos y le pedimos cuentas de cómo actúa con nosotros y con nuestro mundo?
3. “El Hijo del hombre es también señor del sábado”. Para los judíos, el sábado era una institución divina. La afirmación de Jesús acerca de su señorío sobre el sábado era por tanto una declaración de su divinidad. ¿Cómo reaccionarían los fariseos ante esta provocación? No tenemos que imaginárnoslo; seis versículos más adelante nos lo dice el evangelista: “los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él”. ¿Hasta dónde alcanza el señorío de Cristo? “¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!” (Mc 4, 41). Y como aparece aquí, es también señor del tiempo y de los preceptos... Pero si no le abro mi corazón no podrá ser Señor mío. Digámosle hoy una y otra vez a lo largo del día, como Tomás: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28), y como Juan a la orilla del lago: “¡Es el Señor!” (Jn 21, 7).
Oración final. Santa María: Tú que eres tierra buena que has dado el mejor de los frutos -el fruto bendito de tu vientre, Jesús- enséñanos a abrirnos como Tú a su voluntad, en silencio, a aceptarle sin críticas, y a proclamar con nuestra vida y palabras: “Jesús, Señor mío y Dios mío”.