5 enero 2013. Sábado antes de Epifanía – Puntos de oración


El Señor nos regala comenzar este año nuevo 2013, un tiempo de esperanza enmarcado en el año de la fe y en el que sin duda nos dará su gracia en abundancia. Podemos comenzar hoy la oración, en actitud de agradecimiento por tantos dones recibidos, muchos de los cuales ni siquiera somos conscientes de ellos; y a la vez ensanchar el corazón con grandes deseos (paz, santidad, apostolado, amor,…) para este año que recién estamos estrenando.

La lectura de la primera carta del apóstol san Juan (1Jn 3,11-21), que la Iglesia nos propone para meditar en este tiempo de Navidad, nos presenta el amor cristiano. Llama poderosamente la atención el contenido práctico y concreto que hace del amor. Nada de romanticismo, ni de teorías abstractas. “Este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amenos unos a otros.” “No os sorprenda, hermanos, que el mundo os odie; nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos”. Podemos decir que amamos cuando nos ocupamos de los que nos rodean, en todos los aspectos: materiales y espirituales. “En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos”.”Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”.

Tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel: Jn1, 43-51

Para meditar el evangelio, como composición de lugar podemos imaginarnos la rivera del Jordán. Jesús acaba de emprender el camino hacia Galilea y se encuentra con Felipe (amigo de Andrés y de Pedro) a quién le invita a seguirle. Felipe se va tras Jesús y un poco más adelante, encuentra a Natanael, otro de sus amigos. Enseguida le habla de Jesús y se lo presenta.

Felipe nos da una lección cabal al llevar a su amigo hasta Jesús. Actúa como quien desea compartir con otro el tesoro recién descubierto: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1,45). El tesoro es Jesucristo. Nadie como Él puede llenar tu corazón de paz y felicidad. Si Jesús vive en tu corazón, el deseo de compartirlo se convertirá en una necesidad. De aquí nace el sentido del apostolado cristiano. Cuando Jesús, más tarde, nos invite a tirar las redes nos dirá a cada uno de nosotros que debemos ser pescadores de hombres, que son muchos los que necesitan a Dios. Que el hambre de trascendencia, de verdad, de felicidad que todo hombre tiene puede ser colmarda por completo por Jesucristo. “Solamente Jesucristo es para nosotros todas las cosas” (San Ambrosio).

Nadie puede dar lo que no tiene o no ha recibido. Antes de hablar del Maestro, es necesario haber hablado con Él. Sólo si lo conocemos bien y nos hemos dejado conocer por Él, estaremos en condiciones de presentarlo a los demás, tal como hace Felipe en el Evangelio de hoy. Tal como han hecho tantos santos y santas a lo largo de la historia.

Tratar a Jesús, hablar con Él como un amigo habla con su amigo, confesarlo con una fe convencida: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (Jn 1,49), recibirlo a menudo en la Eucaristía y visitarlo con frecuencia, escuchar atentamente sus palabras de perdón... todo ello nos ayudará a presentarlo mejor a los demás y a descubrir la alegría interior que produce el hecho de que muchas otras personas le conozcan y le amen.

Y terminemos la oración con un coloquio a Nuestra señora. María es la discípula atenta y humilde que supo sentarse junto a su Hijo, escucharle y acogerle en su corazón.

¡Santa María, hazme humilde según el corazón de Dios, bendíceme y bendice a cuantos viven conmigo, a cuantos me encuentro por el camino de la vida! ¡Bendice de una manera muy especial a cuantos viven solos, abandonados, enfermos, tristes; a cuántos viven sufriendo para que encuentren sentido  a todo lo que les pasa y vivan con esperanza! ¡Dios te salve, María… llena de gracia,…!

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