Empezamos
nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en
nuestros corazones el fuego de tu amor”.
En los puntos
de oración de este día haremos hincapié en lo que Dios nos pide como requisito
para poder seguirle en profundidad: abandonar todo lo que nos ata en este
mundo, dejando todo eso atrás para darnos por entero a Él, como Él se nos da.
Es muy bueno
imaginar y pensar el encuentro de Mateo con Jesús, como la historia de un
maravilloso intercambio. Intercambio que es misterio, porque sólo Dios y cada
uno saben lo que ponen en juego.
Lo cierto de
esta historia es que el “encuentro” con Jesús, cambia hasta el extremo los
proyectos de Mateo. El “sígueme” contundente de Jesús le da la vuelta a la vida
de este recaudador de impuestos. La respuesta pronta y sencilla no se hizo
esperar, abandona la seguridad de su “puesto de recaudador”, lo deja TODO y se
arriesga por la sorpresa que Jesús le tenía preparada.
Y la primera
sorpresa fue el tener que sumarse al grupo de los pescadores, de esa gente de
la cual él se aprovechaba. Debió ser muy difícil tener que mirar a los ojos a
todos esos hombres, pero la presencia de Jesús que todo lo transforma provocó
el milagro patente ya no sólo en Mateo sino en todos los apóstoles, que volvieron
a responder sencilla y rápidamente poniéndose todos en camino junto al maestro.
Jesús no le
preguntó a Mateo cuantos pecados tenía, ni siquiera si había devuelto lo
supuestamente mal recaudado… Solo le dijo: Sígueme. A pesar de las críticas que
generó el tener a un “publicano-pecador” entre los suyos, Jesús hace caso omiso
y sigue adelante con su proyecto. Y más aún, come con ellos. Y es que la misión
de los seguidores, los destinatarios de esa misión no son solamente las
personas “buenas” sino principalmente los pecadores, porque no son los sanos
que necesitan médico sino los enfermos. El Señor nos invita a ser
misericordiosos con todos, sin excluir a nadie. Examinemos hoy nuestra actitud
a este respecto y pidámosle coraje para que podamos nosotros responder al Señor
con la misma prontitud que lo hizo Mateo.