De la enorme
mesa del banquete de la palabra que se nos ofrece este domingo yo escojo para
la oración la carta de san Pablo a Filemón.
La libertad
interior es hija del perdón. Si no hay perdón no puede haber libertad porque
uno se encuentra atado por la pasión de la venganza o del odio. San Pablo apela
a su amigo Filemón para que, no solo perdone, sino que acoja como a un hermano
a su antiguo esclavo Onésimo. El amor supera, por tanto, la mera cordialidad o
el simple perdón obligado.
En nuestra
oración de hoy no hemos de dejar ningún rincón del corazón emponzoñado con el
resquemor, la venganza o el odio. Si hay algo dentro hay que sacarlo de ahí con
la fuerza del amor. Por eso es tan importante al principio de la oración
invocar al Espíritu Santo: ¡Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestras
inteligencias, fortalece nuestras voluntades, enciende nuestros corazones en el
fuego de tu amor! Inteligencia para descubrir esos rincones sucios,
voluntad para tener el valor de limpiarlos del todo, y amor para entregarse totalmente
al hermano necesitado.
Ahora ya podemos seguir con la oración,
si no será difícil que seamos capaces de unirnos al Padre: “Por
tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te
acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu
ofrenda ante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y
entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5, 23-24).
Quizá ahora podamos seguir orando con el
Evangelio que nos recuerda que para el seguimiento del Señor hace falta cargar
con nuestra cruz e ir detrás de él.
Desde nuestra libertad reconquistada podremos aceptar el plan de Dios.