Leyendo estos días las cartas de san
Pablo a las diferentes iglesias por las que fue pasando me queda el deseo de
cambiar mi forma de ser apóstol. Es verdad que Pablo fue un “superapóstol” y me
veo francamente lejos. Si él mismo confiesa que apenas si puede ser llamado
apóstol, qué diría yo de mí mismo. Pero reflexiono en estos días y pienso que a
pesar de ser yo un “microapóstol” el fruto de la obra es de Dios. Yo sólo debo
ponerlo todo en sus manos. Recuerdo que soy solo un instrumento al servicio del
Reino.
En el pasaje de hoy de la carta a los
Colosenses, me impresionan dos cosas: Pablo lucha denodadamente, anunciando,
amonestando y enseñando la doctrina de Cristo… está empeñado en el combate por
la propia comunidad de Colosas y por la de Laodicea… ¡Qué bonita forma tiene
Pablo de manifestar el amor por sus hijos en la fe! Y, en segundo lugar, san
Pablo dice que se alegra de sufrir por ellos, para así completar en su carne
los sufrimientos de Cristo por su Iglesia. ¡Qué dos sufrimientos más consoladores:
sufre Cristo por su iglesia y sufre su apóstol por su comunidad!
Mi rato de oración de hoy quiero que
vaya sobre esto.
- Pedir la gracia de ser apóstol de Cristo (grande o pequeño no es cosa mía)
- Pedir un corazón grande para que sea capaz de entregarme generosamente por
la viña a la que he sido enviado (mi familia, mi grupo apostólico, mi centro de
enseñanza, mi parroquia…)
- Pedir deseos de sufrir por las almas, por la extensión del reino de los
cielos para, nada menos, que completar en mi carne los sufrimientos de Cristo…
Con la gracia del Espíritu, resulta que puedo compartir esos sufrimientos de
Cristo por su Iglesia.
Estamos empezando el curso, y mis
compañeros, van a ser, sin ninguna duda, parte de la viña que el Señor me ha
encomendado. Puede ser bonito ir poniendo delante de Dios los nombres y los
rostros de cada uno de esos que él ha puesto providencialmente en mi camino.