Las lecturas de hoy, dentro de la
riqueza de la Palabra de Dios, nos ofrecen unos cauces magníficos para un rato
tranquilo y profundo con el Señor.
Por ello, tras ponernos en su presencia
e invocar al Espíritu Santo, tras rezar la oración que siempre nos propone san
Ignacio para comenzar: “que todas mis intenciones, acciones y
operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina
majestad”, podemos repasar despacio tanto la primera lectura como el evangelio.
La profecía de Ageo que nos presenta hoy
la lectura continuada de estos días es una llamada muy fuerte a tener
esperanza, a vivir en esperanza. El templo de Jerusalén será restaurado, tras
años de destierro y desolación. Y un mensaje claro:
“¡Ánimo!, pueblo entero, a la obra, que
yo estoy con vosotros”.
Hoy Jesús nos dice esto mismo a cada uno
de nosotros. Ante un comienzo de curso que resulta muchas veces caótico, donde
vamos palpando cada día lo lejos que nos sentimos de los proyectos y los
propósitos de unos ejercicios o unas convivencias de verano enriquecedoras, nos
repite de nuevo en el silencio de la oración: “ánimo, estoy contigo, pon manos
a la obra. Con mi ayuda puedes. Yo estoy contigo”.
Si confiamos en Él, removerá cielo y
tierra, mar y continentes, nos pondrá en movimiento, de forma sencilla y
misteriosa hará fecunda nuestra vida. Y llenará de paz nuestro corazón.
Llenémonos de confianza, recordemos de
nuevo la gran frase programática del pontificado de san Juan Pablo II; “Abrid
de par en par las puertas a Cristo”
Y es que nosotros, como Pedro, queremos
confesar a Cristo, queremos decir a los cuatro vientos quién es Jesús para
nosotros: el mesías, el único capaz de llenar totalmente el corazón de un ser
humano.
Jesús, como a los apóstoles, nos lo
pregunta hoy de nuevo. No quien dicen los demás que es él, sino qué digo yo:
¿quién dices que soy yo? ¿quién soy yo para ti?
Dejémonos interrogar por Jesús. Dejemos
que lea de nuevo nuestro corazón y lo llene de su paz. Porque ahora ya sabemos
que seguirle implica padecer, ser desechado, ser ejecutado de una u otra
manera, pero resucitar al tercer día.
Pidamos a la Virgen Madre saber
descubrir a Cristo detrás de cada desilusión, de cada aparente fracaso, de cada
caída o decepción. Ella nos ayuda a levantarnos de nuevo, a poner el oído
atento y escuchar como Jesús me habla de nuevo con las palabras que nos lanza
el profeta Ageo:
“Ánimo, yo estoy contigo, pon manos a la
obra”.