Nos acogemos a la luz, fuerza y amor del
Espíritu Santo. Y a la intercesión de María, poderosísima y buenísima madre
nuestra.
La humildad y confianza que descubrimos
es Esdras (9,5-9) nos sirven de estímulo en la oración de hoy. La penitencia y
oración le han conducido a esas actitudes del corazón. Desde aquí se abre al
agradecimiento “nos ha concedido un momento de gracia, dejándonos un resto y
una estaca en su lugar santo, dando luz a nuestros ojos y concediéndonos
respiro en nuestra esclavitud”.
En su oración, el siervo de Dios, por la
fe, va descubriendo y enumerando los signos de la presencia y cuidados amorosos
del Señor para con su pueblo. Y el asombro, al verse “con delitos que
sobrepasan nuestra cabeza, y nuestra culpa llega al cielo… hemos sido reos de
grandes culpas”.
Al vernos reflejados en las palabras de
Esdras podemos entonar; la misericordia del Señor es eterna, no
abandona nunca a su rebaño. Aún llenos de culpa y vergüenza se abaja a
limpiarnos.
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús
en la acción de enviar. Sigamos por un momento esos pasos:
* Los CONVOCA.
* Les da poder y autoridad para expulsar
demonios y para sanar enfermedades.
* Los envió a proclama el reino de Dios.
* Les dijo: no llevéis nada; quedaos
donde os alojen; si no os reciben, salid de allí...
* Salieron y fueron por todas partes.
Los verbos y tiempos de la acción que
nos muestran este relato podemos trasvasarlos a nuestra vida:
Nuestra acción siempre referida al
Señor; tenemos autoridad “delegada” para alejar el mal y sanar; debemos
anunciar el Reino (no nuestras opiniones); nuestro modo de vida sea pobre; el
campo de acción sea ilimitado.
De igual modo puede ayudarnos el pensar
que Jesús cada día viene a evangelizar nuestro corazón. Desea expulsar el mal y
las enfermedades de nuestro espíritu; nos anuncia que fuera de Él no
encontraremos la felicidad que busca nuestra alma. El modo en que viene “este
profeta diario” es la Eucaristía “vestidura humilde y pobre donde las haya”;
viene, en la confesión, a expulsar al malo y sanarnos de las enfermedades del
alma. Pero que no tengamos que escuchar de sus mismos labios “y si
alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies,
para probar su culpa». Prefiramos que infinitas veces, como dice el
Salmo de hoy “nos azote y se compadezca, nos hunda en el abismo y nos
saque de él, pues no hay quien escape de su mano”.
¡Qué sería de nosotros de no haber tenido
a una madre! Cuántas heridas sin curar, cuántos bloqueos limitadores de por
vida, cuánta visión oscura de la vida, cuántos días sin luz ni color ni fiesta.
Vamos a querer agarrarnos de la mano de la Virgen. ¡Qué fácil se hace el
camino, libre de tropiezos, cuando se va en brazos de una madre! Vamos a
pedirle una gracia más; concédeme ser “una madre pobre” para poder acoger,
curar, levantar, cuidar, sembrar paz y alegría; para anunciar que Jesús salva
de todo mal, de toda enfermedad de alma, incluso de mí mismo.