25 septiembre 2019. Miércoles de la XXV semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Nos acogemos a la luz, fuerza y amor del Espíritu Santo. Y a la intercesión de María, poderosísima y buenísima madre nuestra.
La humildad y confianza que descubrimos es Esdras (9,5-9) nos sirven de estímulo en la oración de hoy. La penitencia y oración le han conducido a esas actitudes del corazón. Desde aquí se abre al agradecimiento “nos ha concedido un momento de gracia, dejándonos un resto y una estaca en su lugar santo, dando luz a nuestros ojos y concediéndonos respiro en nuestra esclavitud”.
En su oración, el siervo de Dios, por la fe, va descubriendo y enumerando los signos de la presencia y cuidados amorosos del Señor para con su pueblo. Y el asombro, al verse “con delitos que sobrepasan nuestra cabeza, y nuestra culpa llega al cielo… hemos sido reos de grandes culpas”.
Al vernos reflejados en las palabras de Esdras podemos entonar; la misericordia del Señor es eterna, no abandona nunca a su rebaño. Aún llenos de culpa y vergüenza se abaja a limpiarnos.
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús en la acción de enviar. Sigamos por un momento esos pasos:
* Los CONVOCA.
* Les da poder y autoridad para expulsar demonios y para sanar enfermedades.
* Los envió a proclama el reino de Dios.
* Les dijo: no llevéis nada; quedaos donde os alojen; si no os reciben, salid de allí...
* Salieron y fueron por todas partes.
Los verbos y tiempos de la acción que nos muestran este relato podemos trasvasarlos a nuestra vida:
Nuestra acción siempre referida al Señor; tenemos autoridad “delegada” para alejar el mal y sanar; debemos anunciar el Reino (no nuestras opiniones); nuestro modo de vida sea pobre; el campo de acción sea ilimitado.
De igual modo puede ayudarnos el pensar que Jesús cada día viene a evangelizar nuestro corazón. Desea expulsar el mal y las enfermedades de nuestro espíritu; nos anuncia que fuera de Él no encontraremos la felicidad que busca nuestra alma. El modo en que viene “este profeta diario” es la Eucaristía “vestidura humilde y pobre donde las haya”; viene, en la confesión, a expulsar al malo y sanarnos de las enfermedades del alma. Pero que no tengamos que escuchar de sus mismos labios “y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa». Prefiramos que infinitas veces, como dice el Salmo de hoy “nos azote y se compadezca, nos hunda en el abismo y nos saque de él, pues no hay quien escape de su mano”.
¡Qué sería de nosotros de no haber tenido a una madre! Cuántas heridas sin curar, cuántos bloqueos limitadores de por vida, cuánta visión oscura de la vida, cuántos días sin luz ni color ni fiesta. Vamos a querer agarrarnos de la mano de la Virgen. ¡Qué fácil se hace el camino, libre de tropiezos, cuando se va en brazos de una madre! Vamos a pedirle una gracia más; concédeme ser “una madre pobre” para poder acoger, curar, levantar, cuidar, sembrar paz y alegría; para anunciar que Jesús salva de todo mal, de toda enfermedad de alma, incluso de mí mismo.

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