Normalmente entendemos por “poder” la
capacidad para someter a las cosas, o a las personas a la propia voluntad. Para
Jesús el poder es otra cosa, el poder verdadero, el auténtico... es la donación
de sí mismo, enteramente, a la causa del Reino de Dios. La distancia entre
estas dos concepciones se da no sólo en la finalidad, sino también en el objeto
de dominio. Nosotros entendemos el poder como dominación, Jesús los entiende
como entrega, donación, capacidad de amar... Es algo incluso “antinatural”,
siendo conscientes de que la ley que parece rige la naturaleza es la de la
lucha por la vida. Una lucha sin cuartel en la que los débiles desaparecen y
los fuertes, los mejor preparados, son los que salen adelante en esta carrera
por la vida. Una ley que mueve también nuestras sociedades y que expresamos con
el término “competitividad”. Competimos toda nuestra vida para conseguir los
primeros puestos, el estar a la derecha o a la izquierda.
Esto es lo que expresan los apóstoles de
Jesús en el Evangelio de hoy. Creen que, por ser del grupo de los cercanos a
Jesús, por haber madrugado al seguimiento “merecen” un lugar principal. Parece
lógico y normal. Pero Jesús les pone delante a un niño para que vean de otra
manera el problema: hacerse esclavo y servidor para ser el más importante, la
acogida y la entrega a lo últimos como camino para ser “los primeros”.
¿Cómo vivo yo mi fe? ¿Busco hacer
proyectos por mí; la oración es totalmente autorreferencial? "Sed como
niños", que solo buscan hacer el bien, y entraréis en el Reino de los
Cielos. Que ojalá hoy pidamos esta gracia de la sencillez, la humildad, la
servidumbre y vivamos siempre de esta forma.