Esta fiesta conmemora la fundación de la
Orden de los Mercedarios, dedicada en sus orígenes a la redención de cautivos.
Cuenta una piadosa tradición que la Santísima Virgen se apareció la misma noche
al rey Jaime I de Aragón, a San Raimundo de Peñafort y a San Pedro Nolasco,
pidiéndoles que instituyesen una Orden con el fin de libertar a los cristianos
que habían caído en poder de los musulmanes. En recuerdo de este hecho se creó
esta fiesta, que el Papa Inocencio XII extendió a toda la Cristiandad en el
siglo XVII. Actualmente se celebra en algunos lugares. Tiene una Misa propia en
las MISAS DE LA VIRGEN MARIA, publicadas por Juan Pablo II. Es la Patrona de
Barcelona (España).
Tres líneas en nuestra oración:
- Nuestra Madre Santa María, eficaz
intercesora para librarnos de todas las ataduras.
- Sus manos están llenas de
gracias y de dones.
- Acudir siempre a su Maternidad
divina.
1) “Proclama mi alma la grandeza
del Señor, porque auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres”.
A la Virgen Santísima se la venera con
el título de la Merced en muchos lugares de Aragón, Cataluña y del resto de
España y de América hispana. Bajo esta advocación nació una Orden religiosa,
que tuvo como misión rescatar cautivos cristianos en poder de los musulmanes.
Hoy, la Orden dedica sus afanes principalmente a librar a las almas de los
cristianos de las cadenas del pecado, más fuertes y más duras que las de la
peor de las prisiones. En la fiesta de nuestra Madre, debemos
acordarnos de nuestros hermanos que de diferentes modos sufren cautiverio o son
marginados a causa de su fe, o padecen en un ambiente hostil a sus creencias.
Se trata en ocasiones de una persecución sin sangre, la de la calumnia y la
maledicencia, que los cristianos tuvieron ya ocasión de conocer desde los
orígenes de la Iglesia y que no es extraña en nuestros días, incluso en países
de fuerte tradición cristiana, como en la Europa actual.
“Tú eres la gloria de Jerusalén, tú eres
el honor de Israel, tú eres el orgullo de nuestra raza. Con tu mano lo hiciste,
bienhechora de Israel...” La
Iglesia aplica a la Virgen María de la Merced este canto de júbilo, pues Ella
es la nueva Judit, que con su fiat trajo la salvación al
mundo, y cooperó de modo único y singular en la obra de nuestra salvación.
Asociada a su Pasión junto a la Cruz, es ahora elevada a la ciudad celeste,
abogada nuestra y dispensadora de los tesoros de la Redención.
2) En el Evangelio de la Misa
leemos: “Jesús, al ver a su Madre y cerca al discípulo que tanto
quería, dijo a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego, dijo al discípulo:
Ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su
casa”. Nos dio a María como Madre amantísima. Ella cuida
siempre con afecto materno a los hermanos de su Hijo que se hallan en peligros
y ansiedad, para que, rotas las cadenas de toda opresión, alcancen la plena
libertad del cuerpo y del espíritu. Sus manos están siempre llenas de
gracias y dones de mercedes para derramarlos sobre sus hijos. Ella es Auxilio
de los cristianos, como le decimos en las Letanías, nuestro auxilio y socorro
en esta larga y dura singladura que es la vida, en la que encontraremos vientos
y tormentas.
3) “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Al aceptar al Apóstol Juan como hijo suyo muestra su amor incomparable de
Madre. "Y en aquel hombre -oraba el Papa Juan Pablo II en
la Homilía en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe 27 enero 1979-
te ha confiado a cada hombre, te ha confiado a todos. Y Tú, que en el momento
de la Anunciación, en estas sencillas palabras: He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38), has concentrado todo el programa de
tu vida, abrazas a todos, buscas maternalmente a todos (...) Perseveras de
manera admirable en el misterio de Cristo, tu Hijo unigénito, porque estás
siempre dondequiera están los hombres sus hermanos, dondequiera está la
Iglesia".
ORACIÓN FINAL:
Te pedimos, Señor, por intercesión de la
Virgen María de la Merced, nuestra Madre amantísima y celestial Patrona, que
nos concedas cooperar a la salvación de los hombres para ser admitidos con
ellos en la gloria de tu Reino. Por Jesucristo nuestro Señor.