De las lecturas de hoy, destaco un par
de ideas que me han llamado la atención.
La primera es cuando San Pablo se
refiere al amor que tienen los cristianos de la ciudad de Colosas “a
todos los santos, a causa de la esperanza que os está reservada en los cielos”. Es
decir, parece que uno sólo es capaz de amar de verdad, amar a fondo perdido,
cuando tiene esperanza. La esperanza es la que nos permite vivir la caridad con
todos y para todos, no sólo con quienes corresponden a nuestras muestras de
cariño, o con aquellos que nos caen mejor: Amor a todos, a causa de la
esperanza. Porque espero algo más que lo que me ofrece este mundo es por lo que
puedo amar incondicionalmente. Porque: “confío en tu misericordia, Señor, por
siempre” nos dice el salmo 51. Uno sólo puede vivir esperanzado si confía.
La otra idea, también de la carta de san
Pablo, es que el evangelio sigue dando fruto entre los cristianos de
Colosas “desde el día en que escuchasteis y comprendisteis la gracia de
Dios en la verdad”. Es decir, que no basta con escuchar la palabra de
Dios, también hay que comprenderla para que dé fruto. ¡Cuántas veces nos ha
pasado que, un día escuchamos un pasaje de la sagrada escritura y, de repente,
se nos aparece como si fuera completamente nuevo! Un pasaje que hemos oído
muchas veces, incluso meditado, pero sólo en ese preciso momento llegamos a
comprenderlo y a bucear en su sentido más profundo. Entonces, como les pasó a
los discípulos después de la resurrección, comprendemos lo que la escritura
decía de Jesús.
Esto también tiene una aplicación
directa y actual para nosotros, cristianos del siglo XXI, pues la palabra de
Dios está viva y es eficaz y no tiene caducidad.
Pidámosle a la Virgen de la Esperanza
que nos haga vivir siempre esperanzados. Ella que guardaba todas las cosas
meditándolas en su corazón (incluso aquellas que no entendía) pero que vivía
esperanzada en que algún día lo comprendería.