“Rema mar adentro, y echad las redes
para la pesca”. Quedémonos con estas palabras, nos dicen tanto.
Imaginemos a Jesús sobre la barca, diciéndoselas a sus apóstoles.
Antes de dormir, cerrando los ojos,
quédate con esa imagen y esas palabras. Si te despiertas, tráelas a tu memoria,
a tu entendimiento, a tu voluntad. Piensa en los sentimientos de Jesús al
decírtelas. “Rema mar adentro” es un mandato para que sondees en tu
interior, para que recuerdes la acción de Dios en tu vida. Recordar la acción
de Dios en nuestra vida evita caer en el narcisismo, en nuestro propio
narcisismo, en ese egocentrismo que nos anula como apóstoles.
“Rema mar adentro”. Escucha al Dios que vive en tu interior,
escúchale en tus pensamientos y sentimientos que te llevan a Él.
Recordando a Ignacio, “Rema mar adentro” sería: “Todo modo
de examinar la conciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mental, y
de otras espirituales operaciones, según que adelante se dirá “.
La finalidad de este mirar hacia
dentro, sería irnos transformándonos en otro Cristo.
Transformándonos no a base de puños, de exigencia voluntarista, sino por
admiración y entusiasmo por la figura de Jesús. Esta es la roca sólida sobre la
que se edifica una autentica espiritualidad. Una espiritualidad que no se
cultiva en el voluntarismo, sino en la atracción afectiva que genera como un
imán, el Señor Jesús.
Cuando empecemos a vivir, no como el
hombre viejo, sino como un nuevo Cristo, echaremos las redes para la
pesca y entonces no podremos subir los peces a la barca, habremos
empezado a pescar no con nuestros criterios, sino con la libertad, la memoria,
el entendimiento y la voluntad que habremos entregado al Señor.
Acabemos estas reflexiones con un
coloquio con Jesús. San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace,
propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su
señor: cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho,
cuándo comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir
un Pater noster”. Hoy no debemos dejar de pedir la gracia, de saber
presentar al Señor con objetividad, sin rigideces, que la caridad sea nuestra
norma suprema.