1. “José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que
es llamado Cristo” (Mt 1, 16)
¡Qué densidad de contenido en una sola
frase! Hay que volver una y otra vez para paladear y hacer consciente su
significado.
Gracias a José y a María recibimos a
Cristo y somos cristianos, ungidos, hijos del Padre, sacerdotes, profetas y
reyes.
¡Cuánta grandeza en tanta sencillez! Por
su nada, recibimos el Todo.
A mí me conmueve el saber estar de José,
su humildad, su sencillez, su alegría, en tanta soledad y tanto silencio, pero
haciendo su trabajo, forjando el hogar de Nazaret.
Acabamos de celebrar el Año de José y en
un congreso se ha considerado a José modelo de esposo, padre, educador.
Gracias José, ayúdanos a ser tan
coherentes, tan de Dios y tan humano.
Recordamos con gratitud la devoción del
Papa Francisco por José, custodio de la creación, custodio de la familia,
custodio de cada uno, custodio de la Iglesia y del mundo.
San Bernardino de Siena (1380-1444)
San José fiel guardián de los misterios
de la salvación
Cuando la
gracia divina elige a alguien para otorgarle una gracia singular, le concede
todos aquellos carismas necesarios, lo cual aumenta grandemente su belleza
espiritual. Esto se ha verificado de un modo excelente en san José, padre legal
de nuestro Señor Jesucristo y verdadero esposo de la Reina del universo y
Señora de los ángeles. José fue elegido por el Padre eterno como protector y
custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su esposa, y
cumplió su oficio con insobornable fidelidad. Por eso le dice el Señor: «Siervo
bueno y fiel, entre en el gozo de tu Señor» (Mt 25, 21). Si comparamos a José
con el resto de la Iglesia universal de Cristo, ¿no es este el hombre
privilegiado y providencial, por medio del cual la entrada de Cristo en el
mundo se desarrolló de una manera ordenada y sin escándalos? Si es verdad que
la Iglesia entera es deudora a la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo,
después de María es san José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular.
José viene a ser el broche del Antiguo Testamento, broche en el que fructifica
la promesa hecha a los Patriarcas y los Profetas. Sólo él poseyó de una manera
corporal lo que para ellos había sido mera promesa. No cabe duda de que Cristo
no sólo no se ha desdicho de la familiaridad y respeto que tuvo con él durante
su vida mortal como si fuera su padre, sino que la habrá completado y
perfeccionado en el cielo. Por eso, también con razón, se dice más adelante:
«Entra en el gozo de tu Señor». Acuérdate de nosotros, bienaventurado José, e
intercede con tu oración ante aquel que pasaba por hijo tuyo; intercede también
por nosotros ante la Virgen, tu esposa, madre de aquel que con el Padre y el
Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos.