28 marzo 2020. Sábado de la IV semana de Cuaresma – Puntos de oración


Jesús, el más delicado, discreto y respetuoso varón que haya pisado esta tierra, entra en una etapa decisiva para su vida. No sólo va conociendo y sintiendo, sino comprobando las intrigas y deseos homicidas de aquellos que no le aceptan. Estas actitudes de su entorno, “para echarse a temblar”, contrastan con su actitud humilde; “yo, como manso cordero”. Esto es lo que anticipa Jeremías unos 600 años antes de ocurrirle a Jesús.
Asumir ser despreciado, perseguido, echado a un lado y ser el blanco de toda maldad, es algo que nos sobrecoge del Señor Jesús. Sin embargo, ¿Qué diálogo vivía él con su Padre sobre el desarrollo de esos acontecimientos? ¿Qué motivaciones profundas le empujaban a “dejar hacer” a las circunstancias? Mi escudo es Dios, que salva a los rectos de corazón, nos recuerda el salmo 7. En esa comunión profunda con la voluntad del Padre, a impulsos del Espíritu y un infinito amor, a ti y a mí, encontramos la motivación y determinación a entregarse que vamos observando en Jesús.
Sus coetáneos comentan que su comportamiento era de profeta, pues jamás ha hablado nadie como este hombre e incluso que es el Mesías. Con todo y ello, surgió entre la gente una discordia por su causa…y algunos querían prenderlo. Nicodemo, intentará, en vano, salir al paso y defender a Jesús diciendo: «¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?».
Pidamos a nuestra Madre que, si se nos rechaza a causa de nuestra fe y sus implicaciones, que Dios nos dé la actitud interior y la fortaleza para no tener miedo, sino más bien para ser testigos del Señor y para obrar siempre lo que es justo y bueno.

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