Dentro de la cuaresma, el viernes es un
día especialmente penitencial, que se expresa en la abstinencia de comer carne.
El sentido de la penitencia cuaresmal es unirnos a Jesús en el desierto, en
oración y ayuno por nosotros, para enseñarnos a derrotar al Maligno. El
Venerable P. Tomás Morales nos invitaba a hacer oraciones de súplica como esta:
“Jesús-Desierto: que te siga con la mirada, con el corazón, con la vida”;
“Corazón de Jesús-Desierto: contigo luchando y triunfando del enemigo”.
Uno de los prefacios de la Misa en este
tiempo de cuaresma nos muestra el sentido de la penitencia. Nos puede servir
para dar gracias: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y
eterno. Porque con nuestras privaciones voluntarias nos enseñas a reconocer y a
agradecer tus dones, a dominar nuestro afán de suficiencia y a repartir
nuestros bienes con los necesitados, imitando así tu generosidad” (Prefacio III
de cuaresma).
En esta oración se manifiesta que el sentido
de las mortificaciones es que nuestro corazón se convierta y por la humildad
nos abramos a las necesidades de nuestros hermanos. La Palabra de Dios en este
día es una fuerte llamada a un corazón nuevo que viva las exigencias de la
caridad con el prójimo. El evangelio pertenece al Sermón de la Montaña en que
Jesús lleva a plenitud los mandamientos. La introducción: “Si no sois mejores
que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos” denuncia
el quedarnos en el cumplimiento externo de los mandamientos mientras el corazón
está endurecido, lleno de rencores, enemistades, malos sentimientos… Hoy es un
día para poner el foco de luz en nuestras actitudes hacia los demás: ¿mantengo
y alimento resentimientos? ¿Juzgo a los demás sin piedad? ¿Trato con delicadeza
a los más cercanos en casa o le exijo? ¿Tengo necesidad de reconciliarme con
alguna persona? Si tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante
el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar
tu ofrenda”.
Volvemos al P. Morales y a una de sus
oraciones más conocidas, cuando pedimos a la Virgen: “un corazón amante sin
exigir retorno, que no olvide ningún bien ni guarde rencor por ningún mal… Un
corazón que no se cierre ante la ingratitud no se canse ante la indiferencia”.
Recurramos a la oración del Salmo 50
para pedir el fruto que busca cada año la cuaresma:
Oh,
Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
renuévame por dentro con espíritu firme.