LA CURACIÓN DEL CIEGO DE NACIMIENTO.
La Liturgia tiene muy bien escogidas las lecturas de
los domingos de cuaresma. Durante este tiempo, los catecúmenos, asistían a las
exposiciones de las lecturas y así iban conociendo la fe de la Iglesia a través
de las enseñanzas del Evangelio. Son textos seleccionados que manifiestan la
divinidad de Jesucristo. Por ejemplo, el evangelio de la Samaritana, el domingo
anterior, la sed que manifiesta Jesús a la Samaritana, es de dar esa agua Viva
que salta a la vida eterna y que comienza con el bautismo, que recibirán en la
Vigilia Pascual. En este domingo, a pesar de la resistencia obsesiva de judíos
y fariseos, no pueden dejar de reconocer que el ciego de nacimiento ha empezado
a ver y esto no lo puede hacer alguien que tenga poder y venga de Dios enviado.
Pero es más al final es el mismo Jesús quien se lo pregunta: “¿Crees tú en el
Hijo del hombre?” a lo que contesta” ¿Quién es, Señor, para que crea en él?” Y
Jesús le dice: “Lo estás viendo (con esos ojos nuevos con que ahora ve): el que
te está hablando, ese es”. Él dijo: “Creo Señor” y se postró ante él. Jesús
sigue su enseñanza: “Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que
no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos”. Los fariseos que estaban con él
oyeron esto y le preguntaron: “¿También nosotros estamos ciegos?” Jesús les
contestó: Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís “vemos”,
vuestro pecado permanece”.
Tenemos una prueba de que Jesús es el enviado para
salvarnos, quiere abrirnos a la luz de su verdad, es la luz del mundo, la luz
que cura al ciego de nacimiento.
Ante una evidencia, podemos seguir como los fariseos,
o bien que la gracia de la fe solicitada por cada uno como catecúmeno en este
día nos mueva a postrarnos y decirle: “Señor, creo; aumenta mi fe que jamás me
separe de Ti, Luz de mi alma, de mi mente, de mi corazón”.
Acudamos a la Virgen, “Madre que crea, que siempre me
guíes y ampares, a tu lado Madre, siempre”.
En este Camino de la Cuaresma, conduces al género
humano, peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe; y a los que nacieron
esclavos del pecado, los haces renacer por el bautismo, transformándolas en tus
hijos de la luz.
“El Señor untó mis ojos: fui, me lavé, vi y creí
en Dios” (Cf. Jn 9,11.38) Esto es lo que deseo para ti en la oración de este
día, que el Señor unte con el barro del suelo y su saliva tus ojos, te laves,
veas y creas en Dios. Todos los días tenemos que restregarnos los ojos y salir
de la oración viendo a Jesús y su mirada de amor clavada en la nuestra, del
corazón salga: “Creo, Señor”.