26 marzo 2020. Jueves de la IV semana de Cuaresma – Puntos de oración

Purifico mi oración antes de comenzar, le pido a Dios que haga Él lo que deseo pero soy incapaz de conseguir por mí mismo: “Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de vuestra divina majestad”.
Una confesión inicial: a veces me resulta difícil acercarme estos días a la oración. Cuando se hace en teoría o por rutina, desde la distancia, es fácil rezar a Dios por las personas que están sufriendo. Pero cuando comienzas a tener familiares, amigos, conocidos que fallecen, enferman, se tiran más de 24h. esperando en la sala de urgencias de un hospital, se comienza a ver que hay selección de pacientes a tratar ante la falta de recursos, sanitarios amigos que enferman por falta de protección… ¡Es tan fácil pedirle cuentas a Dios! ¡Es tan humano! (leer atentamente el grito de Israel en la primera lectura, seguramente retrata el estado de muchos de nuestros corazones en estos días…).      
Por eso, la invitación para la oración de hoy consiste en tener un diálogo sincero y humilde, a corazón abierto, con Dios. Sin caer en echarle en cara nada, pero tratando de ver cómo Él está presente en todas esas situaciones que nos van llegando. La gravedad de los tiempos que vivimos exige abandonar una fe fideísta (fe bobalicona llena de tópicos y alimentada de frases motivadoras). Y también hace evidente lo inservible de una relación desde la distancia con Dios.
O Dios está verdaderamente aquí, entre nosotros, o todo esto es desesperanzador…
Ayer, 25 de marzo, celebrábamos la Encarnación del Hijo por medio del Hágase de María. Ayer, con fuerza, Dios Padre, nos gritaba: Mi Hijo, el Amado, mi predilecto, en quien Yo me complazco, asume vuestra condición humana, para que todo lo que viváis, sea abrazado, redimido y colmado de sentido por la inhabitación trinitaria en cada alma en gracia. ¡Qué consolador supone celebrar la Encarnación de Dios en medio de una pandemia…! Dios no nos abandona, Dios está aún más dentro de nosotros que el temido virus. Por eso, el Amor y la esperanza son más nucleares que el pánico y la pérdida…
El Evangelio de hoy comienza con el Hijo, sabiéndose enviado por el Padre: Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es válido el testimonio que da de mí.
Decía hace poco D. Juan Carlos Elizalde en un artículo titulado “¿dónde está Dios?” (artículo completo al final de los puntos): La respuesta de Dios al mal es su Hijo. Jesús de Nazareth ha asumido el mal. Lo ha cargado sobre Él, ha tocado las raíces del dolor humano y por eso acompaña desde dentro a toda la humanidad. Paul Claudel, el poeta francés, lo dice muy bien: «Jesús no ha venido a quitar o a explicar el dolor humano sino a llenarlo de su dulce presencia».
De nada serviría que se nos haga evidente la pobreza de nuestros becerros de oro, de nuestros ídolos, si este hallazgo nos dejara en la tristeza y culpabilidad de “haber vivido equivocadamente”. Señor, Tú amas, porque eres Amor. Tú no castigas: Tú sufres con el hijo sufriente; Tú te ofreces con humildad y respeto al hijo desengañado; acoges al hijo pródigo y celebras una fiesta, porque estaba muerto, y ha sido reencontrado… En medio de la pandemia, llamas a tus hijos a la Vida (cruzando el umbral de la muerte, o dejándonos vivos después de esta situación, viviendo como hijos, como resucitados) …
Ya lo decía Benedicto XVI, al concluir los ejercicios espirituales para la curia romana, el 23 de febrero de 2013, antes del final de su pontificado. ¡Qué luminosas palabras!
Creer no es otra cosa que, en la noche del mundo, tocar la mano de Dios,
y así, en el silencio, escuchar la Palabra, ver el Amor.
Artículo D. Juan Carlos Elizalde, obispo de Vitoria

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