Nos disponemos por medio de una breve
oración preparatoria o introducción a dar gracias por este nuevo día en este
tiempo de conversión que el Señor generosamente nos da y pidiéndole que nos
guarde de todas las faltas que podamos tener el día de hoy.
En la lectura de hoy se nos recuerda
como los ninivitas al escuchar el mensaje de Jonás: “dentro de cuarenta días…”
y más adelante: “creyeron en el Señor” dice el texto. Nosotros también
tenemos en esta cuaresma 40 días para creer en el Señor, esta es una
oportunidad que nos da el Señor como nos repite el Papa en su mensaje a los
cristianos para vivir la cuaresma. Esta merced que el Señor nos hace en estas y
todas las cuaresmas nace del profundo amor misericordioso de Dios por sus
criaturas que somos los hombres que vivimos en este tiempo; como lo fue Nínive
en el suyo. Ese amor profundo que le llevó hasta darse hasta derramar las últimas
gotas de su sangre en la cruz por su inmenso amor misericordioso a los hombres.
Haciendo eco de las lecturas del folleto
de cuaresma de Abelardo en que menciona unos textos de San Juan de Ávila. “Y
aunque fueron cinco las piedras, sola una bastaba para la victoria; porque,
aunque menos pasaras de lo que pasaste, había merecimientos en Ti para nos
redimir. Mas Tú, Señor, quisiste que tu redención fuese copiosa y que sobrase,
para que así fuesen confortados los flacos y encendidos los tibios, con ver el
excesivo amor con que padeciste y mataste nuestros pecados...”
Y el salmo nos repite: Un corazón
quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias. Los sacrificios no te
satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios es un
espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú, oh, Dios, tú no
lo desprecias.
En el evangelio el Señor nos dice: “Esta
generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más
signo que el signo de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes
de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación.
Un coloquio con María Nuestra Madre.
Pidiéndole que nos permita estar al lado suyo en la Cruz, que nos enseñe a
amar, porque amor con amor se paga.
¡Madre enséñanos a amar¡¡Tus ojos para
verle! ¡Tu corazón para amarle!
Amen.