Primer sábado de cuaresma, de este
tiempo fuerte que la Iglesia nos regala para profundizar y poner a punto
nuestra vida en relación con el plan de Dios, con la vida de Jesús. La oración
de cada día debe ser un momento privilegiado para sentir con la Iglesia, así
ha de ser siempre, pero con más intensidad en los tiempos litúrgicos fuertes.
Acojamos la presencia maternal de María, hoy y todos los días de esta
“cuarentena”, Ella nos va a ayudar a que sea tiempo de renovación, «tiempo
de gracia» (2 Co 6,2).
La primera lectura nos habla de guardar
los mandamientos. En estos tiempos “modernos” no suele sentar bien que a uno le
digan lo que tiene que hacer o no hacer, y menos aún que se lo manden. Se ve
que la Palabra de Dios no entiende de modas porque se atreve con esto: Hoy
el Señor, tu Dios, te manda que cumplas estos mandatos y decretos. Acátalos y
cúmplelos con todo tu corazón y con toda tu alma. La oración debe ser
un diálogo de amistad con Jesús. Por ello, te invito a que Le preguntes en este
ratito, o a lo largo del día (oración acompañada): ¿Jesús amigo, cuál es tu
ley, cuáles son tus mandamientos? Tal vez sintamos lo que tantas veces escuchó
el pueblo de Israel; ahora te lo dice a ti: Y el Señor te ha elegido
para que seas su propio pueblo…, Él te elevará en gloria, nombre y esplendor.
Confiemos en Dios, el cielo y la tierra pasarán, pero sus promesas no quedarán
sin cumplimiento. En este sentido podemos meditar el salmo 118, dichoso el
que camina en la voluntad del Señor.
En el Evangelio Jesús da un paso más
elevado al mostrarnos la voluntad de Dios: Habéis oído que se dijo: “Amarás
a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros
enemigos y rezad por los que os persiguen…, sed perfectos, como vuestro Padre
celestial es perfecto. El amor a los enemigos, en general a las
personas que no corresponden a nuestro amor o amistad, ha sido siempre un claro
distintivo del cristiano y lo sigue siendo. El papa Francisco en el mensaje
para esta cuaresma, comenta este texto evangélico, nos puede ayudar a
comprender lo que significa el amor cristiano. En Jesús crucificado, a
quien «Dios hizo pecado en favor nuestro» (2 Co 5,21), ha llegado esta voluntad
hasta el punto de hacer recaer sobre su Hijo todos nuestros pecados, hasta
«poner a Dios contra Dios», como dijo el papa Benedicto XVI (Enc. Deus caritas
est, 12). En efecto, Dios ama también a sus enemigos (cf. Mt 5,43-48).
Sintamos en este ratito la preferencia
de Jesús por cada uno y como María acojamos su voluntad. Dios nos ha bendecido
con toda clase de bienes, en la tierra, en el cielo, y, sobre todo en Cristo
(Ef 1,3). El amor de Jesús para cada uno de nosotros debe ser “tan real, tan
verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo
sincero y fecundo” (Exhort. ap. Christus vivit, 117). Acoger su voluntad es
acoger a Él mismo.