En medio de esta terrible pandemia que nos azota, nos
encontramos más unidos al Señor, estamos mejor preparados para vivir en
sintonía con Él estos días previos a la celebración de la Pasión, Muerte y
Resurrección de Jesús.
Los textos de la liturgia se van haciendo más y más
dramáticos… y ahora, mejor tal vez que años pasados, los podemos entender
porque la crisis y sus zarpazos de muerte nos van tocando de cerca y casi como
rodeando. De algún modo participamos de la experiencia de Cristo que está
asediado por los fariseos y escribas y, más allá de lo visible, por la fuerza
invisible y demoníaca del pecado y la muerte.
Tiene sentido que, haciendo causa común con el Señor,
gritemos con la oración del salmo 101, que hoy propone la liturgia: “Señor,
escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti… cuando te invoco, escúchame
enseguida”.
Si Dios nos concede consolación y certidumbre de su
presencia providente en las actuales circunstancias, hacemos nuestra la atmósfera
del salmo 22, que hemos rezado el lunes: “El Señor es mi pastor, nada me falta.
En verdes praderas, me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y
repara mis fuerzas”. A nuestros difuntos queridos, cercanos y lejanos, les
encomendamos, en tiempo de consolación, con las palabras de este salmo, que
evocan la acogida del Padre misericordioso al hijo que llega de lejos:
“Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con
perfume, y mi copa rebosa”.
Si nos cerca la tentación del miedo y la desconfianza,
y nos vamos a precipitar en la desolación, agarrémonos a la visión de Cristo
crucificado, pongámonos a los pies del crucificado, y mirémosle como el mordido
por la serpiente, que al mirar al estandarte de bronce “salvaba la vida”. Si
con fe reconocemos en el Hijo del hombre levantado “en alto” al “Yo soy”
divino, entonces hacemos lo que agrada al Padre y somos salvados del miedo y
del pecado.
Con la Virgen María, “triste y llorosa” en estos días
de pasión, esperamos confiados y esperanzados el mañana de la resurrección y la
Vida en plenitud. Rezamos unos por otros.