Nos acercamos a la oración probablemente llenos de
temores, de esa agitación que el mundo nos transmite. Por otra parte, la
experiencia nos ha enseñado, una y otra vez, que el amigo con el que nos vamos
a encontrar es Aquel al que los vientos y el mar obedecen.
Esperamos recibir la dádiva de la paz, esa serenidad que nos da el don de
discernir lo verdaderamente importante de lo accesorio.
Empecemos por dar gracias a Dios, por poder tener
entre nuestras manos la Sagrada Escritura. La
Biblia contiene la Revelación de Dios al hombre, es decir, la
acción de revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su
voluntad (Dei Verbum-Vaticano II). Ahora bien, nuestra fe nos
va llevando al encuentro personal con un Padre que nos ama y un Hijo que
representa el momento culminante de la revelación. Nuestra fe nos permite
una espiritualidad dialógica, donde escuchamos y hablamos con nuestro
Dios. No tenemos “una religión del libro”, la Biblia no es un libro “caído
del cielo” que nos marque incuestionablemente nuestra vida, como puede ser el
Corán.
Ejemplo de esto son las lecturas de hoy. La primera
nos presenta a Ester, presa de un temor mortal, buscando refugio en el
Señor. ¡Bendito seas, Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob!
Ven en mi ayuda. Ester, es consciente de que hay un Dios que le
escucha y le invoca en el momento de la dificultad, ella tiene la esperanza
cierta que el Padre no abandonará la obra de sus manos.
También el salmo muestra la relación dialógica
del hombre con su creador. Este salmo, en concreto, es un canto de acción
de gracias, que deriva en una súplica confiada. Podemos saborearlo como nos
recomienda Ignacio en el tercero modo de orar es que con cada un anhélito
o resollo se ha de orar mentalmente diciendo una palabra del Pater
noster o de otra oración que se rece, de manera que una sola palabra se diga
entre un anhélito y otro, y mientras durare el tiempo de un anhélito a otro, se
mire principalmente en la significación de la tal palabra, o en la persona a
quien reza, o en la baxeza de sí mismo, o en la differencia de tanta alteza a
tanta baxeza propia.
Tenemos que sentir algo, cuando recordamos nuestra
historia, nuestra historia vital y rezamos aquello de Cuando te
invoqué, me escuchaste, Señor. Todos tenemos en nuestro pasado un recuerdo
que se nos actualiza, al sentir la resonancia de esta frase. Repítela y
visualiza ese recuerdo… Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.
Como no podía ser de otra manera el evangelio ahonda
en esta idea. Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os
abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se
le abre.
Acabemos con un coloquio con la Madre y recordemos
esto: No estamos solos, en nuestro camino, siempre hay un Padre Providente que
está pendiente de aquello que más nos conviene. Pedid y se os
dará.