Se nos invita a reflexionar hoy, como en
tantos momentos de la cuaresma, en nuestro pecado y en la salvación de Dios.
Nuestro abismo de miseria solo puede ser llenado por la sobreabundancia de la
misericordia de Dios.
El consolador salmo de hoy puede ser una
forma de rezar. En primer lugar, le pedimos:
- ¡No nos trates como merecen nuestros pecados!
- ¡No recuerdes nuestros pecados!
- ¡Ten compasión de nosotros!
- ¡Socórrenos!
- ¡Líbranos!
- ¡Perdónanos!
- ¡Salva a los condenados!
En segundo lugar, nos identificamos para
que nos reconozca dignos de sus cuidados:
- ¡Pues estamos agotados!
- ¡Somos tu pueblo!
- ¡Somos ovejas de tu rebaño!
- ¡Siempre te damos gracias!
- ¡Cantaremos tus alabanzas!
Que sea una petición muy sentida, como
con doble exclamación, desde nuestro “agotamiento”. ¡Hay tantas injusticias… Va
tan mal encaminado nuestro mundo… Soy tan lento y torpe para llegar a ser
misericordioso…!
El evangelio es un precioso “modus
vivendi” para el cristiano y para el que no lo es. Quizá lo hemos aprendido
como estilo de vida y nos hemos comprometido a ello, pero ¿lo hemos rezado
alguna vez? ¡Qué maravilla si todos viviéramos así! intentando ser
misericordiosos, no juzgando, no condenando, perdonando siempre… con una medida
generosa para con todos.
Jesús vivió así y denunció a los que
pedían cosas diferentes, pero incluso buscando también su salvación, porque “no
saben lo que hacen”. Jesús quiero vivir como tú.