¿Qué os parece si hoy comenzamos nuestra oración personal, recordando las
Obras de Misericordia a la luz del Evangelio de este día…? Vamos con ello…
Como sabéis son 14 en total, y se las ha agrupado en corporales y
espirituales.
Las corporales salen de la lista que hace el Señor en su descripción del
Juicio Final: 1) Visitar a los enfermos. 2) Dar de comer al
hambriento. 3) Dar de beber al sediento. 4) Dar posada al peregrino. 5) Vestir
al desnudo. 6) Visitar a los presos. 7) Enterrar a los difuntos.
Y las espirituales han sido tomadas de otros textos de la Sagrada
Escritura, o de actitudes o enseñanzas del mismo Jesucristo: 1) Enseñar al que
no sabe. 2) Dar buen consejo al que lo necesita. 3) Corregir al que se
equivoca. 4) Perdonar al que nos ofende. 5) Consolar al triste. 6) Sufrir con
paciencia los defectos del prójimo. 7) Rezar a Dios por los vivos y por los
difuntos.
De todas ellas hay una obra de misericordia que me gustaría ponderar con
vosotros, y es “Dar buen consejo al que lo necesita”, pues en
sí misma puede encerrar otras como: Enseñar..., corregir...,
consolar..., rezar…
Creo, que todos hemos tenido la oportunidad de poder dar un buen consejo,
en un momento determinado de la vida a alguien..., y que este consejo ha podido
ser decisivo o importante en su vida. Por ello pidamos a Dios que nos siga
concediendo la oportunidad de hacer el bien de este modo… Para esto, solo hace
falta tener un poco de tiempo para escuchar, y así poder asumir una dificultad
o un problema, y darle una posible solución, con un sesgo de bien, de
transcendencia, o de esperanza...
¡Qué importante es que sepamos escuchar! La oración diaria nos capacita
para ello, pues es la escucha de las escuchas, pues escuchamos a Dios. “Habla,
Señor, que tu siervo escucha…” (1Samuel 3,9). No es posible que
escuchando a Dios todos los días, no seamos capaces de prestar una escucha
atenta a las necesidades de los que nos rodean… Es más, tendríamos que pedir a
Dios que nos haga instrumentos suyos en la escucha de los demás, pues es tal la
necesidad que se observa de ello, que tendríamos que conmovernos profundamente.
“Venid vosotros,
benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la
creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” … Y yo
añadiría., y tuve necesidad de un buen consejo..., y me lo diste… ¿Por qué no
darlo si podemos hacerlo, y porque no hacerlo si se nos pide en no pocas
ocasiones, directa o indirectamente…? Y entonces algún día nosotros
escucharemos: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno
de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.