* Primera lectura: En esta lectura, el profeta
utiliza la imagen del torrente. Los torrentes son en el A.T. símbolo de la vida
que Dios da, especialmente en los tiempos mesiánicos. Ezequiel utiliza la
imagen de la corriente de agua milagrosa que mana del lado derecho del templo
(el lugar de la presencia de Dios y el centro del culto que le es agradable), y
todo lo inunda con su salud y fecundidad. En san Juan (7. 35-37) este agua es
el Espíritu que mana de Cristo glorificado.
El agua, como principio de vida, es una imagen que se encuentra con
frecuencia en los libros sagrados (por ejemplo, Jl 4,18 Zac 14,8; Is 35, etc.).
El agua de Ez 47 es prototipo de la de los últimos tiempos abiertos por
Cristo: «Quien tenga sed, que se acerque a mí y beba. Quien crea en mí, ríos de
agua viva brotarán de su entraña» (Jn 7,37-38). En Él se ha cumplido esta profecía de Ezequiel; de Él nos viene la gran
efusión del Espíritu que simbolizaba el agua. Únicamente de Él nos puede venir
la fecundidad en nuestra vida. Todo ha de pasar forzosamente a través de Él. La
única salvación, la única solución se encuentra en Cristo, según indicó Pedro
al pueblo de Jerusalén: «La salvación no está en ningún otro, es decir,
que bajo el cielo no tenemos los hombres otro diferente de él al que debamos
invocar para salvarnos» (Hch 4,12).
* Salmo 45: En medio del mundo que vemos, en
el que en muchos de sus ambientes se genera una esterilidad de obras buenas y
una fecundidad en obras pecaminosas y destructivas, la Iglesia, que
posee en abundancia, más aún, en plenitud el Espíritu de Dios, debe ser como un
río que no sólo alegre al mundo, sino que lo fecunde para que vaya surgiendo
una nueva sociedad que viva y camine en el amor. Dios está con nosotros no sólo
como un huésped que nos da dignidad; Él está con nosotros para que en su Nombre
podamos continuar su obra de salvación en el mundo.
* Evangelio: Como el agua de Caná y la del pozo
de Jacob, también la de Betesda era estéril; no podía curar al enfermo. Como el
agua de la piscina, tampoco la ley de Moisés podía dar vida al pecador: sólo
podía mostrarle sus transgresiones y confirmar la pobreza de la condición
humana. En lugar de salvarle, le encerraba, le mantenía en su pasado.
Paralizado desde hacía treinta y ocho años...
Jesús pasó: "¿Quieres quedar sano?". El Hijo descendió
a la morada de la muerte y cargó con nuestras enfermedades. En
medio de las quejas mantuvo la promesa. Incluso el mar Muerto, condenado a la
esterilidad, va a poder dar peces milagrosos. El hombre que estaba paralítico
desde hacía treinta y ocho años, encadenado a su pasado de desdicha, se pone de
pie. La tierra es recreada; los árboles, cuyas hojas no conocen ya los efectos
del hielo, dan nuevos frutos cada mes. Cuando Dios da el agua viva,
el viejo mundo desaparece.
Nosotros somos una creación nueva. Dios ha hecho que brotase del
costado de su Amado Hijo sangre y agua, río de vida que purifica todo cuanto
penetra. Nuestra vida reverdece cuando el Espíritu nos inunda. Hemos
sido bautizados en la muerte y resurrección de Jesús y pertenecemos a una
tierra liberada. Nos ha hecho atravesar el mar y nos ha sumergido en el río de
la vida. Pertenecemos al mundo nuevo. En la noche de Pascua, Cristo
enterrará nuestras obras estériles, y oiremos el grito de la victoria.
ORACIÓN FINAL
Dios y Padre de nuestro salvador Jesucristo, que en María, virgen santa y
madre diligente, nos has dado la imagen de la Iglesia; envía tu Espíritu en
ayuda de nuestra debilidad, para que perseverando en la fe crezcamos en el amor
y avancemos juntos hasta la meta de la bienaventurada esperanza. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.