En
camino hacia la Pascua nuestra oración nos acerca al Dios que todo lo hace
nuevo. ¡Ven Espíritu Santo, llena mi alma, llena mi ser! Que por tu acción me
convierta en icono de Cristo para los hermanos.
Jesús
nos pide que nos situemos «en verdad» delante de Dios: el fariseo orgulloso se
cree “más” por los gestos exteriores... Olvida lo que dice el profeta: «quiero
amor, no sacrificio».
-Es
el amor lo que quiero y no los sacrificios, el conocimiento de Dios, más que
los holocaustos.
Lo
que Dios espera de nosotros es que le amemos. Un amor que transforme todos los
actos de nuestras vidas, sobre todo nuestros actos ordinarios.
El
profeta Oseas opone el amor de Dios a los ritos celebrados sin amor.
Es
verdad y hay que confesarlo ¡Cuántas veces salimos de misa sin haber encontrado
a Dios! ¡Sin haberle conocido y amado más! ¡Cuántas misas, a las que llegamos
tarde y no se tiene tiempo de situarse en presencia del invisible!
-Venid,
volvamos al Señor. ¡Corramos al conocimiento del Señor!
No
hay que oponer "amor" a «conocimiento»: no va uno sin el otro. Quien
conoce a otro, será más capaz de amarle. Quien ama a otro quiere conocerlo
mejor.
¡Señor,
danos ese deseo de conocerte más y más!
Nunca,
por otra parte, acabamos de descubrirte. En mi oración quiero “sumergirme” en
Ti. Ayúdame a seguir, no mecánicamente, sino con amor, con fidelidad. Sin
formalismo.
-Cierta
como la aurora es su venida. Dios, una aurora. El día que viene. Su venida será
para nosotros como el aguacero, como las lluvias tardías que riegan la tierra.
Una
lluvia de primavera – hoy empieza una nueva primavera- por la que reverdecen
los prados y corren los riachuelos. Así Dios para nuestras vidas invernales y a
menudo resecas... ¡es una promesa de vida!
Dios
espera nuestro amor; y a menudo le decepcionamos. Por eso, ayúdame, Señor, a
amarte, a corresponder a tu amor.
Madre
Nuestra, Santa María, ¡llévanos a Jesús!