Para la oración de hoy, tras serenar el corazón, ponernos en presencia
del Omnipotente, e invocar al Espíritu Santo, os brindo un texto del Papa
Francisco para que nos ayude a meditar sobre el Evangelio de hoy:
“Cuando Jesús recibió el bautismo de Juan en el río Jordán, “se abrieron
los cielos”. Esto realiza las profecías. En efecto, hay una invocación que la
liturgia nos hace repetir en el tiempo de Adviento: “Ojalá rasgases el cielo y
descendieses!”. Si el cielo permanece cerrado, nuestro horizonte en esta vida
terrena es sombrío, sin esperanza. En cambio, celebrando la Navidad, la fe una
vez más nos ha dado la certeza de que el cielo se rasgó con la venida de Jesús.
Y en el día del bautismo de Cristo contemplamos aún el cielo abierto. La
manifestación del Hijo de Dios en la tierra marca el inicio del gran tiempo de
la misericordia, después de que el pecado había cerrado el cielo, elevando como
una barrera entre el ser humano y su Creador. Con el nacimiento de Jesús, el
cielo se abre.
Dios nos da en Cristo la garantía de un amor indestructible. Desde que
el Verbo se hizo carne es, por lo tanto, posible ver el cielo abierto. Fue
posible para los pastores de Belén, para los Magos de Oriente, para el
Bautista, para los Apóstoles de Jesús, para san Esteban, el primer mártir, que
exclamó: “Veo los cielos abiertos”. Y es posible también para cada uno de
nosotros, si nos dejamos invadir por el amor de Dios, que nos es donado por
primera vez en el Bautismo. ¡Dejémonos invadir por el amor de Dios! ¡Éste es el
gran tiempo de la misericordia! No lo olvidéis: ¡éste es el gran tiempo de la
misericordia!”
S.S. Francisco, 12 de enero de 2014