En el nombre del Padre creador,
del Hijo que nos redime y del Espíritu que da vida, disponemos el corazón para
nuestro rato de oración.
En el Evangelio se juntan la fe,
o su falta, con el nuevo asombro por la fuerza e intervención directa de
Jesús, por la confianza absoluta de Él en el Padre, por su dominio sobre
la creación con tal naturalidad como que es el Dueño; por la paciencia de
Jesús con los apóstoles, con nosotros, en un suave pero firme
reproche junto a la apertura serena para que podamos seguir el camino del
reencuentro y descubrimiento de nuestra fragilidad; su misión junto a nosotros
y la conciencia de que estamos en camino, que este camino tiene tempestades que
nos acobardan, que necesitamos aprender a confiar y "saber de quién
nos hemos fiado". Jesús va por delante, pero no deja de estar al
lado. Y eso es una realidad que nos (me) tengo que creer. No estoy solo;
nunca.
Y es por eso, que somos muy
privilegiados por estar en la misma barca con Él y poder gritarle en nuestras
angustias y miedos, de poder descargar nuestra inquietud y recibir una
respuesta personal. Pregúntate: ¿gritas a Dios suplicando, rogando, pidiendo
intercesión? o por el contrario, ¿juzgas a Dios y a su no hacer, a su pasividad,
a su "indiferencia"?
Esta diferencia es vital porque
nos habla de la confianza real que tenemos en Dios. Quien opta por la segunda
opción ha dejado de confiar. Quien elige la primera, se postra de rodillas y
está abierto a recibir la gracia, porque como decía alguno: "Es difícil
caer cuando se está de rodillas".
Te animo a terminar la oración
con un coloquio con Jesús. (Esta es la clave). Después de meditar y
contemplar, acabar hablando con Él.
Para acabar, puedes leer unas
palabras finales del papa Francisco:
Esta es una imagen eficaz de la Iglesia: una barca que debe afrontar las
tempestades y algunas veces parece estar en la situación de ser arrollada. Lo
que la salva no son las cualidades y la valentía de sus hombres, sino la fe,
que permite caminar incluso en la oscuridad, en medio de las dificultades. La
fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús siempre a nuestro lado, con su
mano que nos sostiene para apartarnos del peligro. Todos nosotros estamos en
esta barca, y aquí nos sentimos seguros a pesar de nuestros límites y nuestras
debilidades. Estamos seguros sobre todo cuando sabemos ponernos de rodillas y
adorar a Jesús, el único Señor de nuestra vida.
ÁNGELUS 10 de agosto de 2014