Hacemos el esfuerzo de ponernos de nuevo en la presencia de Dios: Él
está aquí, conmigo; me ha esperado durante toda la noche y está deseando
escucharme y hablarme.
La primera lectura de hoy es impresionante porque el Señor se muestra
muy satisfecho del pueblo que ha elegido como heredad; Dios muestra su enorme
satisfacción por su pueblo y por su ciudad de Jerusalén. Te invito en esta
mañana a expresar tu satisfacción por haber sido elegido por Dios; díselo de
alguna manera práctica, directa. Él lo sabe, pero necesita oírtelo decir.
Hace algún tiempo, recibí al padre de un alumno, del cual yo era su
tutor. El muchacho era un desastre en todos los aspectos: ningún profesor podía
hacerle trabajar ni atender algo en clase. Yo recibí al padre enumerándole toda
la retahíla de problemas que creaba en la clase, las continuas faltas de
respeto. El padre me dejó hablar y al final me dijo: mire, estoy de acuerdo y
sé de sobra todos los defectos de mi hijo; pero a pesar de todo yo le quiero y
estoy muy orgullosos de él. Me dejó cortado y siempre he pensado en la felicidad
de tener un padre así. Cuántas veces he pensado que tenemos un padre así: nos
quiere con locura a pesar de todas las trastadas que le hacemos.
Es momento de decir: Señor, yo también estoy muy orgulloso de ti y te
quiero por ser como eres; te quiero porque tú me has querido antes, desde toda
la eternidad. Te quiero por hacerte niño pequeño y dejarte amar de esta manera
y me admiro con nuestro poeta Góngora:
Caído se le ha un clavel
Hoy a la aurora del seno.
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!
El Evangelio de hoy es para disfrutarlo leyendo poco a poco sus frases.
Léelo despacio y saca tus conclusiones; cada versículo es para meditarlo
durante un rato y tiene tanta fuerza que a cada uno le sugiere cosas distintas
y lo que te conviene en ese momento:
“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios…”