Dentro de poco se cumplirá el año tumultuoso que nos ha sacado de
nuestras rutinas ordinarias a pequeños y grandes, dentro y fuera de nuestras
casas y en nuestras familias.
Para hacer oración, quizá se ha encontrado la forma y lugar más propicia
buscándolo ante la situación. En cualquier hora del día, en cualquier lugar,
quien ha descubierto el tesoro que es, lo busca con ansiedad: Tengo que hacer
oración, necesito escuchar a Dios que me habla. También yo le tengo que contar,
no puedo estar sin respirar. Este respirar del amor cuando se ha metido en el
alma no cesa y en seguida notamos, si no lo hacemos, la asfixia; tengo que
respirar por sus pulmones, por su voluntad que son mis delicias, su Palabra que
me llena y da respuesta a mis inquietudes en toda situación, y más en ésta.
Sin la oración pierdo la estrella polar, pierdo el sentido de todo
lo que estoy haciendo y de todo lo que me está pasando. Es mi consejero ideal:
me explica lo que está ocurriendo por dentro y por fuera; lo llena de sentido,
porque lo sabe todo y sabe lo que más conviene.
Y empiezas a darte cuenta, descubres la gracia que hay en ti. Porque Él,
a través del Espíritu Santo que pone a tu alcance Santa María de la que eres
militante, te conduce, cada vez más agradecido, a esta gracia que recibes,
disfrutas y gozas en la oración. Para eso es la oración; no es un sacrificio,
no es una penitencia, es algo que hago con gusto, con sabor a cielo.
Para mañana, seguimos leyendo la carta a los Hebreos, que nos muestra
cómo, desde el Antiguo Testamento, esperamos un Sumo Sacerdote elegido enviado
por Yavé; algunos han sido sus antecesores como, por ejemplo, los profetas y
reyes, que lo han preanunciado y prefigurado, para llegar al Nuevo Testamento y
mostrarnos que en Jesucristo se encuentra el Sacerdote, Profeta y Rey: “Mirad que
llegan días-oráculo del Señor- en que haré una alianza nueva, no como la
alianza que hice en antiguo… pondré en ellos mis leyes, en sus mentes y las
escribiré en su corazón, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo… porque todos
me conocerán, del menor al mayor, pues perdonaré sus delitos y me acordaré ya
de sus pecados”.
Nos fijamos en que la Palabra de Dios nos da a conocer cómo es este Sumo
Sacerdote de la Nueva Alianza: perdonará nuestros delitos y no se acordará de
nuestros pecados. Aquí está la grandeza de su misericordia que se muestra en la
oración. Por eso la importancia de no dejar la oración por nada del mundo; es
el tesoro mayor, porque con ella hallamos el tesoro mayor que es este Sumo
Sacerdote enviado para salvarnos. Y nos fijamos en cómo él curaba y sanaba,
perdonaba y consolaba recorriendo aldeas, pueblos y ciudades.
Una segunda parte de la oración de hoy puede ser sobre el Evangelio que
también es extraordinario: cómo actúa Jesús para elegir a los doce: sube al
monte, que sabemos es lugar de oración donde se retiraba Él, allí recibe la
fuerza del Espíritu que siempre le acompaña y elige a los que quiso. Así
tenemos que hacer nuestras elecciones y discernimientos siempre tras la oración
y consulta.
Que Santa María nos muestre a este Sumo Sacerdote que tuvo en sus brazos en Belén y le adoremos como enviado de Dios para salvarnos perdonándonos los pecados por su misericordia, y nos suba al monte y nos llame para ser elegidos; no olvidemos que llamó a los que quiso; que nos sintamos incluidos.