De nuevo ante tu presencia,
Señor, queremos escuchar tu voz, estar contigo, para que nos hagas tierra buena
en la que fecunde tu Palabra y de vida a nuestro alrededor.
Por eso al comienzo de nuestra
oración repetimos: que todas nuestras intenciones, acciones y operaciones estén
rectamente ordenadas al servicio y alabanza de tu divina majestad.
Oremos también hoy ofreciendo el
día por tantas personas que sufren, por tantos enfermos, por las familias que
están perdiendo a sus seres queridos, por los fallecidos a causa del hambre, la
guerra o la enfermedad. Pidamos al Señor por el fin de esta pandemia. Sabemos
que él saca de los males bienes, y nos alienta para mirar al futuro con
esperanza.
Las lecturas de hoy también nos
impulsan a la esperanza. De nuevo san Pablo, en la carta a los Hebreos, nos
recuerda que Cristo se ofreció por nosotros, de una vez para siempre, en un
único sacrificio, sacrificio que se actualiza cada día en la eucaristía.
Con ese sacrificio, dice san
Pablo, nos ha perfeccionado para siempre. No nos perfeccionamos nosotros. Él
cuenta con nuestra miseria, la coge, la acepta, la transforma, nos hace santos.
Démosela. No tengamos miedo. Pidamos a María que, como ella, sepamos
abandonarnos confiadamente en las manos del Señor, sin mirarnos a nosotros.
Así, poco a poco, él irá poniendo su ley en nuestros corazones, la escribirá en
nuestra mente. Ya no se acordaré de nuestros pecados ni de nuestros crímenes.
Pidamos también
a María que aprendamos a escuchar a Jesús. Él, como en Palestina, nos enseña
mucho rato con parábolas, quiere enseñarnos a sacar lecciones de la vida
diaria. Quiere que aprendamos el arte del discernimiento, que sepamos sacar
fruto para nosotros y para los que nos rodean de lo que sucede cada día
«Escuchad: Salió
el sembrador a sembrar…»
Leamos despacio
el evangelio de hoy, dejemos que resuenen en nuestro corazón palabras muchas
veces antes escuchadas, pero que hoy traen para nosotros un mensaje nuevo.
«…al sembrar,
algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco
cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era
profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por
falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo
ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio
grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno.»
El Señor quiere
también, como a los discípulos, explicarnos los secretos del reino de Dios.
Para ello quiere que estemos con él, que le hagamos compañía, que no salgamos
corriendo por miedo a lo que tenga que decirnos.
Pidámosle de
nuevo, como tantas otras veces, que seamos tierra buena donde pueda crecer la
palabra. Sin que nos demos cuenta, él va haciendo su obra en nosotros. No se
deja ganar en generosidad y poco a poco va abriendo nuestro corazón. Nos parece
que vamos hacia atrás y, sin embargo, él va haciendo que nuestra vida dé una
buena cosecha, que nosotros no vemos, y a veces es mejor así.
Una clave para hoy, que surge del propio evangelio: acoger la palabra con alegría. Ya se encargará él de transformar en tierra buena nuestro terreno, tantas veces pedregoso.