“A Dios que concede el hablar y el escuchar le pido hablar de tal manera
que el que escucha llegue a ser mejor y escuchar de tal manera que no caiga en
la tristeza el que habla”
Hace tan solo una semana terminábamos el tiempo de Navidad con la
celebración del Bautismo del Señor. Aún tenemos el corazón caldeado en la
hoguera de Belén y las lecturas de hoy tienen todavía regusto a Navidad, porque
nos hablan de Jesús en medio nosotros, es decir, nos hablan del
Dios-con-nosotros, del Emmanuel, del Verbo hecho carne, de Dios hecho
hombre.
¿Y por qué se ha hecho hombre? La respuesta en la primera lectura: para
redimirnos por su sufrimiento. Para curarnos con sus heridas, consolarnos con
sus lágrimas, fortalecernos con su debilidad. Se ha hecho uno como nosotros en
absolutamente todo (salvo el pecado). Es, sin duda, el Dios-con-nosotros… y
aquí entra el Evangelio que, en el fondo, nos viene a preguntar, ¿Dios está
entre nosotros? ¿Dios está en tu vida? ¿Cómo, de qué manera?
Cuidado con ser odres viejos llenos de vino nuevo, que podemos echar a
perder el vino. Dios ha irrumpido la vida del hombre, nuestra vida, tu vida y
la mía. No son tiempos para negocios de poca monta. Una llamada a mirar a lo
alto, a dejarnos llenar. Pero, ¿qué hacer si ya estamos envejecidos? El cuero
de nuestra vida se ha podido ir envejeciendo, por nuestras decepciones,
desengaños, pecados, mediocridades… Pues es el momento de volver la vista al
esposo, al Espíritu, esposo de nuestra alma: sólo él, repito, sólo él, puede
“hacer nuevas todas las cosas”, nuestro buen Dios es Belleza siempre nueva, no
envejece. Este rato de oración es para eso, pedir la unción del Espíritu,
de su gracia rejuvenecedora, de su eterna alegría…
Feliz oración. Feliz encuentro con el Amado. Feliz unción.