Hagamos silencio para pasar este rato en compañía del Señor. Junto a él
se detiene el tiempo por unos instantes en medio del ajetreo diario. En él las
alegrías se multiplican y se hacen más auténticas, más gozosas aún y las penas
se ven acompañadas.
La primera lectura de hoy es una pequeña clase de oración. Nos recuerda
que la palabra de Dios hoy nos habla a cada uno y que nada de nuestra vida,
aunque sea desagradable queda lejos de la mirada de Dios. Quizá la oración más
sencilla y sincera es poner nuestra vida sin adornos a los pies del Señor, y
dejar que nos acaricie el alma su ternura.
El salmo dice que “su palabra es espíritu y vida”. No miente: nos llena de esperanza, nuevas energías y confianza en su amor, si la meditamos con el corazón, si nos dejamos atravesar por ella. Es lo que le pasó a Leví, según cuenta el evangelio: se sintió mirado con amor y sintió aquel “sígueme” dirigido a lo más profundo de su ser, donde no hay nada que esconder. Abrámonos nosotros TOTALMENTE al Señor para que él pueda llamarnos con todo lo que somos y soñamos ser. Y que su gracia nos inunde para responderle con generosidad.