25 enero 2021, la conversión de san Pablo. Puntos de oración

Iniciamos nuestra oración poniéndonos en presencia de Dios. Los gestos siempre nos ayudan: quédate un instante de pie antes de ponerte de rodillas, para ser consciente que estás delante del Señor y en su presencia. No pases de estos primeros momentos sin haber logrado esa conciencia de estar en la presencia del Señor. Luego de rodillas o sentado puedes releer el pasaje de los Hechos que narra la conversión de Pablo.

Es el relato de su conversión tal como lo narra él mismo. Es el momento en que cambió su vida. Es el instante en que se encontró con Jesús, en el camino de Damasco. El momento en que creyó en el Evangelio. Es decir, comenzó a creer en Jesús muerto y resucitado, en Jesús como el Cristo, el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios.

Este encuentro cambia su vida. Quizás necesitaría tiempo para darse cuenta de la gracia que había recibido, pero toda la fe que encontramos en sus cartas se deriva de este encuentro con Jesús. Pablo poco a poco irá comprendiendo algo que será el núcleo de su evangelio: la salvación no dependía de las obras buenas realizadas según la ley, sino del hecho de que Jesús, por amor, había muerto también por él, el perseguidor, y había resucitado.

Para la meditación os invito a reflexionar especialmente en tres preguntas del texto de la conversión. Son tres preguntas esenciales para nuestra relación con el Señor, igual que lo fueron para Pablo.

Versículo 8: Yo pregunté: “¿Quién eres, Señor?”. Me respondió: “Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues”.

Versículo 10: Yo pregunté: “¿Qué debo hacer, Señor?”.

Versículo 16: Ahora, ¿qué te detiene? levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre”.

Son tres preguntas que tenemos que hacernos durante la oración. Las dos primeras van dirigidas al Señor; la tercera es una pregunta que nos tenemos que hacer nosotros mismos. La primera pregunta es la más importante. Quizás tenemos que repetirla muchos días hasta que en el silencio del corazón escuchemos la voz del Señor que nos dice: Yo soy Jesús. De la escucha de esta respuesta depende el sentido de nuestra vida, y que podamos seguir con las otras preguntas. Porque solamente después de haber escuchado a Jesús puedo atreverme a hacer la segunda pregunta: ¿Qué debo hacer, Señor? Y de nuevo toca tiempo de escuchar. Es la pregunta permanente que, desde la espiritualidad ignaciana, nos hacemos cada día al iniciar el ofrecimiento de obras y que cerramos con nuestro examen del amor.

La tercera pregunta nos invita al discernimiento, personal y acompañado: ¿qué me detiene? ¿Cuáles son los obstáculos que tengo que quitar de mi camino para seguir la voluntad del Señor?

Hacerse estas tres preguntas y esperar con paciencia que crezca la respuesta en el corazón es tarea cotidiana y permanente en nuestra vida de seguimiento del Señor. Se lo encomendamos a Nuestra Señora y a san José en su año.

Archivo del blog