Seguimos rezando con las “epifanías” del Señor. O sea, que Jesús se
manifiesta tal cual es para que le conozcamos y sepamos a quién seguimos. Por
nuestra parte es cuestión de estar atentos. La víspera del día de Reyes por la
noche hubo fuegos artificiales en mi barrio, pero no salí a verlos. Escuché sus
explosiones y vi reflejados en algunos cristales de los edificios cercanos
resplandores y colores. No siempre es necesario ver claramente a Jesús, aunque
se manifiesta continuamente. Tenemos fe y tenemos experiencia de él. A veces
con solo oír su voz nos vale, o con solo sentir su resplandor. No hace falta
más. Esos signos nos evocan todo lo demás. Otras veces necesitamos verle con
claridad y disfrutar de él. ¿Cómo está siendo tu Navidad, todo claridad o solo
resplandores? Como dice un amigo mío rockero: “unas veces toca mortadela y
otras veces caviar”, y en cualquier circunstancia hay que saber disfrutar con
lo que toque.
Hoy, de las manifestaciones de Jesús en las lecturas que se nos
proponen, destaco dos.
Dios es amor. ¡Menuda manifestación! Nos lo dice el apóstol Juan en su
carta, porque Jesús se lo había manifestado a ellos. ¡Menuda ocurrencia! Decir
que su Dios, su Padre, es amor. Era una definición poco divina, demasiado
humana. A los dioses se les representa con atributos de poder, de fuerza,
temibles… y resulta que a Jesús solo se le ocurre decir que su Dios es amor. El
poder del amor, la fuerza del amor, el temor de no amar lo suficiente. Eso es
todo.
Y, la segunda manifestación, para confirmar que él tiene poder, aunque
luego diga cosas tan sensibles y tiernas, es que amainó el viento. Como
diciendo: “tengo el poder de calmar tormentas, así que soy Dios, pero no pongo
en ello mi divinidad, sino en el amor, y me preocupo tiernamente por vosotros
“ánimo, no temáis”.
Pues ya está, a rezar. Te esté tocando mortadela o te esté tocando caviar en la vida espiritual, es el momento de disfrutar de este tiempo de gozo navideño en que el Dios-amor se nos ha hecho cercano y pequeñín… aunque poderoso.