«Tú eres mi Hijo: yo te
he engendrado hoy»
Comencemos la oración de hoy,
envueltos aún en la luz de Epifanía, repitiendo con el salmo muy
despacito: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy. Y a
continuación hagamos dos peticiones, una para nosotros y otra para el mundo.
Pidamos para cada uno luz al Espíritu Santo para descubrir la presencia de Dios
en los acontecimientos de la vida; así como su acción y misericordia. Y para el
mundo pidamos la experiencia de fragilidad esperanzada que permite ver a Jesús
con el enfoque adecuado como el Salvador, como Aquel que da sentido a la
existencia de cada uno y de la humanidad; que da sentido a los acontecimientos
y a la misma Historia.
Y si nos ayuda podemos seguir
pidiendo con la confianza que nos dice San Juan en la primera lectura: cuanto
pedimos lo recibimos de Dios. ¿En dónde tenemos puesta nuestra
seguridad? ¿Dónde guardamos los “caudales” a buen recaudo? ¿De quién nos fiamos
de verdad? Confiemos en esa estrella que es la fe, que nos conduce a Belén, que
nos pone en adoración delante de Dios. Pidamos aumento de fe para este día,
para este año; para nosotros y para todo el mundo. Es obvio que no nos podemos
fiar de cualquiera, hoy San Juan nos dice: no os fieis de cualquier
espíritu. Recuerdo ahora que el padre Pozzo, fundador de CIRCA en Arequipa,
repetía mucho en sus últimos años, una jaculatoria muy conocida pero que él
había cambiado: “Corazón de Jesús, de ti sí me fío”. Como buen jesuita habría
hecho discernimiento y llegado a la conclusión del Evangelio, de que
Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre es nuestra salvación, la verdad de
todo hombre y la revelación de Dios.
Descubrir a Jesucristo como el
Absoluto y vivir en sintonía con Él es el objetivo de la vida cristiana y
también de la oración. Para ello, el Evangelio nos dice en primer lugar que
Dios se revela a todos, sin hacer acepción de personas. El pueblo pagano, la
Galilea de los gentiles; aquel pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran
luz. Nadie puede decir entonces que a él no le habla Dios, que de él no se
ocupa. A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe
su lenguaje (Salmo 18). Y en segundo lugar que para aceptar el
Evangelio y vivirlo es necesario una actitud de conversión: Convertíos,
porque está cerca el reino de los cielos. Conversión que empieza con
un cambio radical y que debe mantenerse en el tiempo. No acabamos nunca de
convertirnos del todo, de ser cristianos. Conversión es la palabra permanente
del Evangelio.
Y para finalizar, sigamos con una
oración de petición, tal y como comenzamos. Estamos en el año de San José y
debemos aprovecharnos de este regalo del Papa. Pidamos a San José en primer
lugar, aumento de fe. Una fe que vea a Jesús en todo y en todos. Que rasgue las
apariencias de cosas y de acontecimientos y vea que de detrás de todo eso está
el Señor. Y en segundo lugar la actitud evangélica de la conversión. Que no nos
cansemos nunca de estar empezando siempre, de estar empezando nuevo a aspirar a
la santidad cada día; de estar en permanente desarrollo hacia la sintonía total
con Jesucristo, verbo de Dios hecho carne.
Feliz oración. Feliz año de san José.