24 enero 2021, domingo de la 3ª semana de Tiempo Ordinario. Puntos de oración

Quien ha descubierto la urgencia y la importancia del Evangelio y se ha convertido al reinado de Dios que se acerca, no puede instalarse ya en este mundo. No puede llorar como si no hubiera consuelo para sus lágrimas, no puede reír como si ya hubiera hallado la felicidad completa, no puede trabajar o negociar como si esto fuera su verdadera vocación y destino... Si llora, si ríe, si negocia... debe hacerlo como si no lo hiciera, "porque la presentación de este mundo se termina".

El cristiano ha de vivir en este mundo y ocuparse de este mundo, pero con una sana reserva, o mejor, con esperanza. San Pablo no quiere decirnos que vivamos en el mundo con la apatía de los estoicos, sino que pongamos las cosas en su sitio y, por encima de todas, el reinado de Dios que se acerca.

Toda la vida del creyente tiene que tener este matiz cristiano y escatológico si quiere rendir al máximo en su camino de fe. De inicio a fin la única seguridad es Jesús, aunque nuestra vida en la tierra transcurre entre el ya y el todavía no.

Nos ayuda este texto de Santa Teresa-Benedicta de la Cruz (Edith Stein 1891-1942), carmelita descalza y mártir en Auschwitz.

El pesebre y la cruz n. 4, 14

«Se ha cumplido el plazo… Venid conmigo»

El niño del pesebre es Rey de reyes, el que reina sobre la vida y la muerte. Y dice: «Sígueme», y el que no está con él está contra él (Lc 11,23). Lo dice también por nosotros y nos pone ante la posibilidad de escoger entre la luz y las tinieblas. Desconocemos dónde nos quiere llevar el Niño divino en esta tierra, y no hemos de preguntárselo antes de que sea la hora. Todo lo que sabemos es que para los que aman al Señor todo concurre para su bien (Rm 8,28), y que los caminos trazados por el Señor nos conducen más allá de esta tierra.

Tomando un cuerpo, el Creador del género humano nos ofrece su divinidad. Dios se ha hecho hombre para que los hombres llegáramos a ser hijos de Dios. «¡Oh admirable intercambio!». Es para esta obra que el Salvador ha venido al mundo. Uno de entre nosotros había roto el lazo de nuestra filiación de Dios; uno de entre nosotros debía atarlo de nuevo y expiar la falta. Ningún retoño del viejo tronco, enfermo y degenerado, hubiera podido hacerlo; era necesario que sobre este tronco se injertara una nueva planta, sana y noble. Y es así que llegó a ser uno de nosotros y al mismo tiempo más que eso: uno con nosotros. Esto es lo que hay de más maravilloso en el género humano: que todos seamos uno… Vino para formar con nosotros un cuerpo misterioso: él el Jefe, la cabeza, y nosotros sus miembros (Ef 5,23.30).

Si aceptamos poner nuestras manos en las del Niño divino, si respondemos «Sí» a su «Sígueme», entonces somos suyos y el camino está libre para que pase a nosotros su vida divina. Este es el comienzo de la vida eterna en nosotros. No estamos aún en la visión beatífica en la luz de la gloria, estamos todavía en la oscuridad de la fe; pero no es ya la oscuridad de este mundo, es estar ya en el Reino de Dios.

ORACIÓN FINAL

Oh, Dios, que en tu providencia admirable has querido asociar a la Virgen María al misterio de nuestra salvación, haz que, fieles a su consejo, pongamos en práctica todo lo que Cristo nos ha enseñado en el Evangelio. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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