En el nombre del Padre creador,
del Hijo que nos redime y del Espíritu que da vida, disponemos el corazón para
nuestro rato de oración.
Las lecturas de hoy nos recuerdan
algunas actitudes que debemos mantener como creyentes, tanto en la vida, como
cuando deseamos acercarnos a la presencia del Señor. De hecho, al iniciar, es
bueno recordar, como se nos indica en la carta a los Hebreos, que Jesús ha
inaugurado para nosotros un camino nuevo y vivo. ¿Realmente vivo mi
fe como algo que genera novedad y que está vivo?
Fijémonos en las actitudes
interiores; - corazón sincero, - llenos de fe - purificados de mala
conciencia. Y se nos dicen otras relacionadas con el comportamiento;
- firmes en la esperanza que profesamos, -estimularnos a la caridad y a las
buenas obras, - asistir a la Eucaristía.
En el Salmo se nos puntualizan
otros aspectos a cuidar si deseamos salir confortados y bendecidos “del
encuentro con el Señor” (la oración); manos inocentes y puro corazón,
no confiar en los ídolos. Hoy puede ser una ocasión adecuada de
valorar, a la luz de la gracia, cómo cuido la inocencia, cómo me apaño para
actuar con intención recta y en qué manera soy dependiente de la idolatría (de
cosas, actividades, métodos, lugares, personas…).
Ese cuidado del interior y de
nuestro comportamiento, es como una luz cuidada, mantenida y acrecentada en nuestras
vidas. Y debiera prepararnos y empujarnos a llevarla a los demás, “¿acaso
se trae la luz para esconderla debajo de la cama” o más bien para
iluminar un espacio? En este sentido, más que pretender nosotros hacer algo, se
trata de dejar que el Espíritu sople la pequeña llama que somos para que se
expanda: “fuego he venido a prender en la tierra y ¡cuánto deseo que arda!”
(Lc 12, 49-53).
Aunque, si bien es importante el
dejarse empujar por el Espíritu en bien de los demás, no lo es menos el toque
que nos da Jesús en la relación que genera el trato frecuente con las
personas, “la medida que uséis, la usarán con vosotros”. Y
luego añade, “porque al que tiene se le dará”. Podríamos
pensar que, si tenemos hacia los demás una “medida” de misericordia, compasión
y cercanía, esto mismo realizará con nosotros el Padre del Cielo. Y, sin
embargo, “al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.
Prepararse y disponerse al encuentro con el Señor para luego llevar luz a los demás en forma de cercanía y misericordia. Estas gracias pedimos a nuestra Madre y a S. José en la convicción de ser escuchados.